70 hombres novohispanos exigieron la liberación de los reos en el Tribunal de la Santa Inquisición el 10 de junio de 1820.
En la Nueva España, el Tribunal de la Santa Inquisición (también llamado Tribunal de la Fe) fue establecido de manera oficial en 1571. Es de importancia aclarar, que un par de años más tarde, la Corona española y la Iglesia decidirían que los indígenas serían excluidos de aquel terrible mandato.
Cabe mencionar, que en 1812, ya se había hablado de una culminación a una de las instituciones más oscuras en la historia global. De hecho, las sesiones que se llevaban a cabo en las cortes habían ya decretado el fin del Tribunal del Santo Oficio el 22 de febrero de 1812. Esto se hizo con el objetivo de adquirir la simpatía insurgente que se encontraba luchando en los territorios aledaños al paraje novohispano.
Pero la idea no duraría mucho, pues con el regreso del absolutismo en España en 1815, el tribunal antiguo se restableció en las Colonias. Así, los habitantes novohispanos sufrieron cinco años más de las persecuciones y torturas por parte de la mezquina Santa Inquisición. De hecho, además de castigar a quienes protestaban contra la fe católica, la institución también se dedicó a encarcelar políticos de la capital.
Uno de aquellos reos fue José María Morelos, quien fue acusado de traición al rey y a Dios y fue encarcelado en la llamada Perpetua.
Finalmente, en 1820 España adoptó el liberalismo constitucional y la Inquisición quedó abolida el 31 de mayo. 10 días duró en arribar el decreto a la capital mexicana, y aquella mañana, surgió un cuartel muy cerca del Zócalo de 70 hombres, bajo la batuta del capitán Pedro Llop.
El militar encabezaba el movimiento de revolución, quien al arribar a aquella imponente edificación tocó la puerta tres veces. Estaba acompañado de un notario, quien leyó el bando donde se narraba la extinción de la Inquisición. El capitán Llop gritó: “¡No abren! ¡Bala con ellos!”. En ese momento se abrieron las puertas del edificio. El conserje y el cocinero del lugar les informaron a los iracundos hombres que los inquisidores estaban tratando de huir, pues en cuanto escucharon los alaridos que venían desde fuera, temieron por sus vidas y corrieron a buscar una salida alternativa.
Lo primero que el militar tenía en mente era ir hasta el patio y abrir los calabozos. Según distintas crónicas, eran escalofriantes. La luz solamente ingresaba por un pequeño agujero, no había ningún tipo de mueble y estaban sucios.
Aquel día se liberaron alrededor de 40 presos, quienes desconcertados creyeron en un principio que los inquisidores venían a sacarlos para quemarlos. Algunos de estos reos tenían en aquellos calabozos décadas, razón por la cual no tenían hogar ni familiares. El virrey Juan Ruiz de Apodaca les dio dinero, para que por fin libres pudieran comenzar a vivir su vida en una Nueva España sin inquisidores.
Fuente: Wiki México.