Historias escabrosas que han acompañado la vida de la CDMX desde su fundación.
El recorrido nocturno puede empezar en la esquina que forman las calles República de Brasil y República de Nicaragua, dos arterias cerca de la Lagunilla que durante la Colonia estaban casi desoladas debido a que en ese punto terminaba el Centro Histórico y sólo habían unas cuantas casas desperdigadas, caminos vacíos y mucha oscuridad en las noches, lo que hacía este rincón particularmente escabroso.
En esta esquina inadvertida de la CDMX, hay un muro hecho de tezontle, cuyos colores y texturas destacan en el paisaje. Esta hermosa pared pertenece a la Parroquia de Santa Catarina Mártir, uno de los templos más antiguos de la capital que, aunque fue construido en 1568 conserva íntegra su belleza.
Cuenta la leyenda que durante la Colonia todas las noches llegaba a esta singular iglesia un cura llamado Gabriel Denia. Según los vecinos del lugar el padre se encerraba largas horas tras los pesados muros del recinto religioso. Las dudas respecto a lo que el clérigo hacía ahí eran muchas y crecieron cuando las personas escuchaban salir de las ventanas del templo una serie de murmullos fantasmagóricos.
Al no poder más con la curiosidad, una noche un hombre indiscreto decidió espiar los pasos del cura. Vio como entraba a la iglesia, se encerraba en el expiatorio, prendía muchas velas y gritaba rezos a la nada. Todo parecía normal, hasta que de pronto las ánimas que presuntamente vivían en templo le contestaron al religioso, y el chismoso fue testigo de cómo aparecieron en escena todos los santos que habitaban los rincones ocultos de la Parroquia de Santa Catarina Mártir para acompañar al devoto en sus oraciones.
Unos pasos más adelante de este templo, si uno se interna en la Calle República de Nicaragua podrá encontrarse con otra asombrosa leyenda. Se dice que en ese lugar vivía el famoso padre Lanzas, un clérigo ludópata que una noche fue interceptado por una excéntrica anciana que le pidió apoyo para realizar la extremaunción a un moribundo que vivía a unas calles.
El padre acudió a auxiliar espiritualmente al hombre. Para encontrar la casa del enfermo, se metió en uno de los desolados callejones que había en la arteria. Pronto, el religioso entró a un cuarto ruinoso, alumbrado sólo por una vela. En el centro de esa habitación estaba tirado sobre un petarte un enfermo terminal. Cuando se dispuso a confesarlo, el convaleciente comenzó a contar los pormenores de su vida y el cura tuvo la impresión que esos relatos eran antiquísimos, el moribundo hablaba como si hubiera nacido en otro siglo. Sin embargo, el religioso atribuyó los acertijos que vociferaba del enfermo a delirios propios de su padecimiento, entonces le dio los sacramentos y se fue.
Más tarde notó que había olvidado su Biblia, y mandó a un ayudante por ella. Sin embargo, el sirviente no encontró el lugar y esto desconcertó al cura, que al día siguiente fue a buscar el sitio y después de horas de caminata llegó a la conclusión que ese misterioso callejón de la calle República de Nicaragua no existía o simplemente había desaparecido, nunca lo supo.
Si uno continúa su caminata por esta calle, se encontrará pronto en la esquina de República de Colombia, ese fue la sórdida arteria que usaron los torturadores para escapar de sus víctimas el día que se abolió la Inquisición en la Nueva España. De acuerdo a los relatos de los que vivían ahí, una noche los hombres cuyo oficio era atormentar personas se escaparon por las ventanas de las casas y se perdieron entre la gente para que no los encontraran y los mataran. Algunas personas que viven actualmente en esas casonas antiguas aseguran que todavía se escuchan los pasos frenéticos de los inquisidores ¿será?
Estas son sólo tres de las miles de historias que viven en las calles del Centro Histórico, poco a poco les iremos contando algunas más. Mientras tanto los invitamos a caminar cuando se va el sol por el corazón de la CDMX y tal vez crear sus propias leyendas.