Sobre los aspectos históricos, geográficos y conductuales que caracterizan a estas dos civilizaciones.
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Es común escuchar los términos “aztecas” y “mexicas” y pensar, sin cuestionar, que se tratan de sinónimos; palabras que aluden a la civilización que habitó lo que fuera Tenochtitlán. Sin embargo, estas dos culturas son completamente distintas, ya que la historia indica que se sitúan en diferente tiempo y espacio, y además, contaban con aspectos conductuales totalmente opuestos.
Se puede constatar que los aztecas anteceden a los mexicas. Como su nombre lo sugiere, esta comunidad era oriunda de Aztlán, un topónimo que quiere decir “el lugar de las garzas”. Cabe mencionar, que varios textos de frailes (como Historia de fray Diego Durán) aseguran que Aztlán también era hogar de otras tribus nahuatlacas. Por su parte, el cronista Cristóbal del Castillo narra que los gobernantes de este paraje maltrataban mucho a los aztecas.
Los pobladores de Aztlán se encontraban muy afligidos, motivo que movió a uno de los sacerdotes de la tribu a suplicar al dios protector Tezcatlipoca liberar a su pueblo. El nombre de este sacerdote era Huítzitl, y es recordado porque logró que el dios, conocido actualmente como Huitzilopochtli, escuchara su petición. La deidad le ordenó al pueblo “abandonar para siempre a sus antiguos dominadores los aztecas”.
Fue con este suceso que los seguidores del sacerdote cambiaron de nombre. El Códice Aubin parafrasea las palabras que Huitzilopochtli utilizó: “Y allá enseguida les cambió su nombre a los aztecas. Les dijo: ‘ahora ya no será vuestro nombre el de aztecas, vosotros seréis mexicas’, y allí les embijó las orejas. Así que tomaron los mexicas su nombre. Y allá les dio la flecha y el arco y la redecilla. Lo que volaba, bien lo flechaban los mexicas”.
El incipiente gentilicio fungió como un símbolo liberador. Y es que la travesía que el pueblo mexica emprendió para encontrar la Tierra Prometida duró casi un siglo. En 1325, al toparse con un aguila que devoraba sobre un nopal una serpiente, se fundaría Tenochtitlán.
Ésta fue construida en medio del Lago de Texcoco. Los mexicas hicieron nacer desde cero una ciudad. Y es que su pericia para trazar una urbe, dotarla de canales e implementar un sistema hidráulico y de agricultura habla de la madurez ordenada, inteligente e infraestructural que consiguieron hasta que dejaron de ser aztecas.
El término “mexicas” prevaleció, en parte, gracias a los conquistadores españoles. Hernán Cortés, en las cartas que enviaba al rey mencionaba siempre “los mexicas”, “los de México” o “los mexicanos”. Es hasta 1810 cuando el gentilicio se disipa y da cabida, de nuevo y erróneamente, a “aztecas”.
Apareció en francés la obra del explorador Alejandro de Humboldt llamada Vistas de las Cordilleras y Monumentos de los Pueblos Indígenas de América. En dicho texto, la palabra “azteca” abunda entre sus líneas. La preferencia de Humboldt fue replicada por otros autores europeos, y así regresamos al término “azteca”.
Es importante aclarar que referirse a los mexicanos como aztecas, además de incorrecto, es desconcertante, pues es reconocer a la comunidad bélica y opresora de Aztlán como nuestros antepasados. Y lo cierto es que fue el grupo que se separó el que fundó Tenochtitlán. Conviene aprender sobre nuestra propia historia, conocer lo que nos precede para así acercarnos un poco más a la identidad del mexicano: producto de un mestizaje que adquirió lo valiente, astuto y hábil del mexica.
Fuente: Los Aztecas. Disquisiciones sobre un gentilicio. Miguel León Portilla.