Guillermo Haro (1913-1988) estudió filosofía en la Universidad Autónoma de México y acabó siendo astrónomo. Como dos de las disciplinas más fundamentales en la búsqueda del entendimiento del ser humano, esto no debería sorprendernos. Se puede ejemplificar a Carl Sagan, célebre astrofísico y un diletante de la Filosofía, conocido, entre otras cosas, por transmitir proverbiales pensamientos sobre el asombro esencial de la existencia a través de charlas científicas.
Según los apuntes de su esposa Elena Poniatowska, quien por cierto le dedicó un libro entero a su biografía, la pasión por el cielo se engendró en Haro desde muy pequeño, cuando creía caminaba en la cúspide de las montañas que rodean el valle de México. Nos cuenta Poniatowska que en una riña entre Hugo B. Margáin y Guillermo Haro, se debatía una pluma que encontraron en la calle. Hugo se harta de pelear por ella y amarra a Guillermo a la pérgola que se encontraba en la azotea y ahí pasa la noche. A pesar de la acción, Haro no pudo tener una noche más fascinante, pues fue en esa noche que contempló las estrellas sin poder dormir y decidió, finalmente, el rumbo de su destino.
En 1943, y por medio de Luis Enrique Erro, comienza su tarea estelar como asistente del Observatorio Astrofísico de Tonantzintla, en Puebla. En ese mismo año se mueve a Estados Unidos para continuar sus estudios de astronomía en el Harvard College Observatory. Años más tarde le darían un puestos ejemplar en el Observatorio de Tacubaya de la Universidad Nacional Autónoma de México y se convirtió en el director del Observatorio de Tonantzintla.
¿Y qué hizo tan importante a un hombre como Haro?
Diría Alfonso Reyes que este hombre fue el “sacerdote del telescopio”. En aquél entonces, la astronomía y los temas del universo no eran relevantes para la sociedad mexicana. Aspecto que tenia frustrado a Haro, puesto que encontraba en la astronomía prehispánica, especialmente la maya, una ciencia esencial que podía darle la importancia debida a México a nivel internacional.
Entre sus extraordinarios aportes a la astronomía mexicana se encuentra el descubrimiento de estrellas fulgurantes en la región de Orión, de nebulosas planetarias y nebulosas asociadas con estrellas recién formadas, que hoy en día llevan el nombre de Objeto Herbig-Haro.
Pero el proyecto que sin duda le dio un lugar especial en la colectividad mexicana fue su listado de 8,746 estrellas azules, detectadas en dirección a las coordenadas galácticas polo norte galáctico en los años 60’s. Por este notable hallazgo, Elena lo llamaría idílicamente “el estrellero”.
Haro y Poniatowska
Haro fue parte de la hermética Sociedad Astronómica de México, conformada por un grupo de divulgación científica donde figuraban principalmente Porfirio Díaz, Francisco I. Madero, José María Pino Suárez, José López Portillo, además de importantes siluetas de la cultura y la ciencia como Amado Nervo, Francisco Gabilondo Soler alias “Cri-Cri”, Luis Enrique Erro y Justo Sierra. También creó el Instituto Nacional de Astrofísica, Óptica y Electrónica (INAOE) para apoyar a estudiantes en su recorrido profesional –De hecho, este instituto hoy lidera los mejores avances de astronomía y física del país.
Haro murió en 1988, pero hoy se le recuerda fugazmente como el estrellero, el hombre que comenzó la sublevación de la astronomía mexicana bajo una premisa ciertamente antigua: el universo como catalizador del destino del ser.
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