Este detective fue uno de los pocos investigadores privados que se ganó el reconocimiento de la sociedad mexicana.
Matamoros, Tamaulipas, vio el nacimiento de Valente Quintana en 1890. Tras acabar la primaria se vio obligado a mudarse, por la necesidad económica, a Brownsville, Texas, junto a toda su familia. Ahí desempeñó distintos empleos, sin embargo, su prodigioso ingenio florecería en el momento que encontró las pruebas que mostraban su inocencia cuando lo culparon de robo a la caja registradora en la tienda de abarrotes en donde trabajaba en aquel momento.
Tiempo después, salió de la Detectives School of America para trabajar en el Servicio Americano de Investigaciones. Su inteligencia y dotes de sabueso hicieron que fuera candidato al puesto de comandante, no obstante, para el ascenso debía de renunciar a la nacionalidad mexicana, de la que se sentía orgulloso por sus padres.
Regresó a México en 1917, periodo en el cual se dieron los primeros robos de automóviles en la Ciudad de México. Uno de los afectados contrató a Quintana para que encontrara a los culpables, lo cual logró dejando un coche con un rastro de pintura mostrando la casa de los criminales. Para 1926 ya había fudnado su bufete privado, que manejaba precios para todos: desde la clase baja hasta los ricos de la época. En otra ocasión, la prensa de los Estados Unidos lo felicitó por haber encabezado la búsqueda de Clara Phillips, quien era una fugitiva que había matado a su esposo a base de martillazos.
Entre los casos de mayor magnitud que investigó destaca el asesinato de Álvaro Obregón en 1928. El culpable fue José de León Toral, quien descargó un revólver sobre el cuerpo del político que iba a reelegirse como presidente y celebraba su triunfo en un restaurante en Coyoacán. Asimismo, Quintana investigo el homicidio del líder estudiantil Juan Antonio Mella en las calles de la capital, y es que al final se dio cuenta de que el encargado de eliminarlo había sido alguien ligado a la dictadura cubana.
En las cantinas de aquellos años se escuchaban frases como “Si Quintana fuera jefe no sucederían cosas así”, refiriéndose a la alza de criminalidad. Para 1929 se cumplió el deseo de la gente y fue nombrado Inspector General de Policía del Distrito Federal, sin embargo.
Terminando su labor regresó al Bufete Nacional de Investigaciones que había fundado en el pasado, y ahí continuó hasta su muerte en 1968. De igual manera, abrió su propia escuela de detectives en donde enseñó las técnicas con las que tantos años demostró ser uno de los ciudadanos más perspicaces que tuvo esta urbe.
Autor: Alejandro Nájera.