“Donde la tierra se abre y la gente se junta…”
El 19 de septiembre de 2017 quedará en la historia como un día trágico en la historia de la Ciudad de México. Un martes caótico en la que la tierra se movió súbitamente y de pronto, de un minuto a otro, la vida como la conocemos cambió. A las 13:15 los edificios se cayeron y las avenidas se llenaron de rescatistas y voluntarios dispuestos a buscar vida debajo del caos.
En medio de toda la incertidumbre que flotaba en el aire, los Topos aparecieron con sus planes heroicos para buscar vida en alguno de los 40 inmuebles colapsados. Para comunicarse y coordinar a los miles de voluntarios que desde el martes han acudido a los edificios en ruinas, estos rescatistas extremos dieron a conocer su emblemático lenguaje de señas para todos sepan cómo comportarse en las zonas de peligro.
De todos los signos que componen este singular argot, hubo uno que llamó la atención, el de los puños en alto. Según lo comentaron los voluntarios, esta seña se hace cuando los Topos piden silencio total para poder escuchar algún signo de vida debajo de la tierra. Después de todo, hay que recordar que el más mínimo sonido bajo de los escombros puede orientarlos para salvar una vida.
Estos puños levantados que se aparecián en las imágenes del terremoto, inspiraron al gran escritor Juan Villoro a escribir unos versos respecto a todo lo que ls mexicanos hemos vivido estos días. El resultado fue un poema publicado en el Periódico Reforma para ayudar al alma a cerrar todas las heridas que se han abierto desde el martes. Un poema para sacar todas las lágrimas que no hemos llorado. Un poema para entender que nada, ni un sismo de 7.1 grados, va a acabar con la grandeza que hay en este país.
El puño en alto
Eres del lugar donde recoges
la basura.
Donde dos rayos caen
en el mismo sitio.
Porque viste el primero,
esperas el segundo.
Y aquí sigues.
Donde la tierra se abre
y la gente se junta.
Otra vez llegaste tarde:
estás vivo por impuntual,
por no asistir a la cita que
a las 13:14 te había
dado la muerte,
treinta y dos años después
de la otra cita, a la que
tampoco llegaste
a tiempo.
Eres la víctima omitida.
El edificio se cimbró y no
viste pasar la vida ante
tus ojos, como sucede
en las películas.
Te dolió una parte del cuerpo
que no sabías que existía:
La piel de la memoria,
que no traía escenas
de tu vida, sino del
animal que oye crujir
a la materia.
También el agua recordó
lo que fue cuando
era dueña de este sitio.
Tembló en los ríos.
Tembló en las casas
que inventamos en los ríos.
Recogiste los libros de otro
tiempo, el que fuiste
hace mucho ante
esas páginas.
Llovió sobre mojado
después de las fiestas
de la patria,
Más cercanas al jolgorio
que a la grandeza.
¿Queda cupo para los héroes
en septiembre?
Tienes miedo.
Tienes el valor de tener miedo.
No sabes qué hacer,
pero haces algo.
No fundaste la ciudad
ni la defendiste de invasores.
Eres, si acaso, un pordiosero
de la historia.
El que recoge desperdicios
después de la tragedia.
El que acomoda ladrillos,
junta piedras,
encuentra un peine,
dos zapatos que no hacen juego,
una cartera con fotografías.
El que ordena partes sueltas,
trozos de trozos,
restos, sólo restos.
Lo que cabe en las manos.
El que no tiene guantes.
El que reparte agua.
El que regala sus medicinas
porque ya se curó de espanto.
El que vio la luna y soñó
cosas raras, pero no
supo interpretarlas.
El que oyó maullar a su gato
media hora antes y sólo
lo entendió con la primera
sacudida, cuando el agua
salía del excusado.
El que rezó en una lengua
extraña porque olvidó
cómo se reza.
El que recordó quién estaba
en qué lugar.
El que fue por sus hijos
a la escuela.
El que pensó en los que
tenían hijos en la escuela.
El que se quedó sin pila.
El que salió a la calle a ofrecer
su celular.
El que entró a robar a un
comercio abandonado
y se arrepintió en
un centro de acopio.
El que supo que salía sobrando.
El que estuvo despierto para
que los demás durmieran.
El que es de aquí.
El que acaba de llegar
y ya es de aquí.
El que dice “ciudad” por decir
tú y yo y Pedro y Marta
y Francisco y Guadalupe.
El que lleva dos días sin luz
ni agua.
El que todavía respira.
El que levantó un puño
para pedir silencio.
Los que le hicieron caso.
Los que levantaron el puño.
Los que levantaron el puño
para escuchar
si alguien vivía.
Los que levantaron el puño para
escuchar si alguien
vivía y oyeron
un murmullo.
Los que no dejan de escuchar.
Juan Villoro
Poema publicado en el Periódico Reforma