En el barrio de Santa Catarina se erige un árbol que fue plantado por los tepanecas.
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La comunidad de los tepanecas era un pueblo prehispánico de origen chichimeca, que hacia el siglo XII se asentó en la cuenca de México. Lo cierto es que no existen muchas fuentes que hablen del desarrollo de esta cultura, pues cuando se fundó Tenochtitlán, los mexicas se encargaron de suprimir toda la historia que no fuese relevante para su nueva ciudad.
Sin embargo, gracias a algunos códices, se sabe que el pueblo tepaneca formaba parte de las siete tribus que migraron desde Chicomoztoc y que se apoderaron de Azcapotzalco, territorio que hoy se constituye como una de las 16 delegaciones y cuyo topónimo en náhuatl quiere decir “en el hormiguero”.
Una de las cosas que hizo este pueblo al llegar a esta zona fue sembrar ahuehuetes, un árbol que provenía de Michoacán y que según la leyenda precolombina, de ahí descendían los tepanecas.
A esta especie también se le conoce como “los viejos del agua”. Y cuentan las crónicas que eran los favoritos del emperador Tezozomoc, pues aludían a los buenos gobernantes y simbolizaban la sabiduría. Si bien alrededor de Azcapotzalco se erigen alrededor de 200 ahuehuetes, hay uno en particular que llama la atención por sus grandes dimensiones y su larga vida.
Se trata del que se encuentra en el pueblo de Santa Catarina, a un lado de una capilla que data del siglo XVII (inmueble catalogado como monumento histórico por el INAH) y la escuela Sotero Prieto (proyecto que corrió a cargo del pintor Juan O’Gorman).
Los historiadores aseveran que este majestuoso ahuehuete es pariente del famoso Árbol de Tule en Oaxaca, y que también comparte parentesco con el afamado árbol que atestiguó las lágrimas de Cortés durante la Noche Triste. Es un hecho que estas dádivas de la naturaleza son más que árboles, son habitantes de la ciudad que a lo largo de los años han capturado entre sus raíces las anécdotas más interesantes de la historia de México.
Tanto valor tiene esta especie endémica que en 1921, en el marco de las celebraciones de la Independencia, fue seleccionado como árbol nacional, por su tamaño monumental, su tradición, su belleza y longevidad. Y es que desde la época prehispánica, este árbol ha sido relacionado con aspectos místicos y sagrados, razón por la cual en ocasiones aparece en los mitos de los aztecas.
La vida promedio de estos árboles es de 500 años, no obstante, hay algunos que han superado los 2000. El de Santa Catarina tiene 700, y se ha convertido en un emblema no solo de la demarcación, sino de la Ciudad de México. Es por este motivo que los vecinos del barrio lo riegan cada semana.
Como este, existen otros patrimonios naturales en la delegación que han visto batallas, soportado fuertes lluvias, sido testigo del amor eterno que se juran las parejas y fungido como el hogar de los pájaros. Este guerrero tepaneca de Azcapotzalco continuará incólume para seguir presenciando más hitos en la historia de la capital.
Imágenes: Taratara.