Sabines

Algunos poemas de Jaime Sabines para deambular en el Día de Muertos

Un poeta al que la muerte le contaba todos sus secretos…

 

No hace mucho tiempo existió un poeta que tenía el don de mirar un poco más que el resto de los mortales. Veía la soledad y dialogaba con ella, veía a los amantes y entendía su infelicidad, veía sus emociones y podía nombrarlas y sobre todo veía la muerte y a diferencia del resto no se espantaba, es más  hasta la hizo su compañera creativa. El nombre de este artista inmortal fue  Jaime Sabines.

Según cuentan los que lo conocieron este chiapaneco de ojos claros, era alto, reservado y sabio. Hablaba como escribía, y siempre tenía una anécdota interesante que compartir. La gente lo escuchaba, lo entendía, lo leía y lo dejaba entrar a sus rincones secretos. Esos lugares interiores donde sólo puede entrar la poesía.sabines

Sabines escribió mucho. Dejó para la historia de la literatura decenas de antologías en las que, si uno  busca, se puede encontrar el sentido de la vida. Respecto a su oficio y a su talento alguna vez dijo: “Creo que la poesía es como una bendición o como una maldición humana que nos salva del diario morir”.

La obra de Don Jaime es muy vasta y está retacada de tesoros literarios. Sim embargo, para sumarnos a la celebración del Día de Muertos hemos seleccionado algunos poemas suyos alusivos a la muerte. Racimos de palabras para reconciliarnos con el más allá. Para que este 2 de noviembre nuestros difuntos lleguen y tal vez encuentren en su ofrenda una foto del enorme Sabines.

 

Cuando tengas ganas de morirte 

Verás que hermosa es la vida…sabines

Cuando tengas ganas de morirte
esconde la cabeza bajo la almohada
y cuenta cuatro mil borregos.

Quédate dos días sin comer
y verás qué hermosa es la vida:
carne, frijoles, pan.

Quédate sin mujer: verás.
Cuando tengas ganas de morirte
no alborotes tanto: muérete y ya.

 

Quiero apoyar mi cabeza 

Un golpe de aire…sabines

Quiero apoyar mi cabeza
en tus manos, Señor.
Señor del humo, sombra,
quiero apoyar mi corazón.
Quiero llorar con mis ojos,
irme en llanto, Señor.

Débil, pequeño, frustrado,
cansado de amar, amor,
dame un golpe de aire,
tírame, corazón.

Sobre la brisa, en el alba,
cuando se despierte el sol,
derrámame como un llanto,
llórame como yo.

 

Algo sobre la muerte del mayor Sabines 

Siete mil veces he muerto…sabines

Siete caídas sufrió el elote de mi mano
antes de que mi hambre lo encontrara,
siete veces mil veces he muerto
y estoy risueño como en el primer día.
Nadie dirá: no supo de la vida
más que los bueyes, ni menos que las golondrinas.
Yo siempre he sido el hombre, amigo fiel del perro,
hijo de Dios desmemoriado,
hermano del viento.
¡A la chingada las lágrimas!,dije,
y me puse a llorar
como se ponen a parir.
Estoy descalzo, me gusta pisar el agua y las piedras,
las mujeres, el tiempo,
me gusta pisar la yerba que crecerá sobre mi tumba
(si es que tengo una tumba algún día)

Para ver la versión completa de este poema entra aquí

 

En los ojos abiertos de los muertos…

Murieron en su mirada…sabines

En los ojos abiertos de los muertos
¡qué fulgor extraño, qué humedad ligera!
Tapiz de aire en la pupila inmóvil,
velo de sombra, luz tierna.
En los ojos de los amantes muertos
el amor vela.
Los ojos son como una puerta
infranqueable, codiciada, entreabierta.
¿Por qué la muerte prolonga a los amantes,
los encierra en un mutismo como de tierra?
¿Qué es el misterio de esa luz que llora
en el agua del ojo, en esa enferma
superficie de vidrio que tiembla?
Ángeles custodios les recogen la cabeza.
Murieron en su mirada,
murieron de sus propias venas.
Los ojos parecen piedras
dejadas en el rostro por una mano ciega.
El misterio los lleva.
¡Qué magia, que dulzura
en el sarcófago de aire que los encierra!

 

Que costumbre tan salvaje…

Esa de enterrar a los muertos…sabines

¡Qué costumbre tan salvaje esta de enterrar a los muertos!, ¡de matarlos, de aniquilarlos, de borrarlos de la tierra! Es tratarlos alevosamente, es negarles la posibilidad de revivir.

Yo siempre estoy esperando a que los muertos se levanten, que rompan el ataúd y digan alegremente: ¿por qué lloras?

Por eso me sobrecoge el entierro. Aseguran las tapas de la caja, la introducen, le ponen lajas encima, y luego tierra, tras, tras, tras, paletada tras paletada, terrones, polvo, piedras, apisonando, amacizando, ahí te quedas, de aquí ya no sales.

Me dan risa, luego, las coronas, las flores, el llanto, los besos derramados. Es una burla: ¿para qué lo enterraron?, ¿por qué no lo dejaron fuera hasta secarse, hasta que nos hablaran sus huesos de su muerte? ¿O por qué no quemarlo, o darlo a los animales, o tirarlo a un río?

Habría que tener una casa de reposo para los muertos, ventilada, limpia, con música y con agua corriente. Lo menos dos o tres, cada día, se levantarían a vivir.