Algunas leyendas nocturnas del Centro Histórico de la CDMX

Relatos terroríficos que emergen del silencio y de la sombra…

La Ciudad de México es más longeva de lo que parece. Basta hacer un recorrido por las arterias del Centro Histórico para sentir que caminamos encima de otra época. Muros hechos con piedras del siglo XVI, puertas enormes por las que alguna vez cruzaron caballos y carteles de talavera (adheridos a la pared) que anuncian en el presente quienes eran los viejos habitantes de la CDMX.

Además de ser bellos y únicos, estos vestigios están llenos de historias asombrosas. De relatos del pasado que siguen vivos y que se han transmitido de generación en generación para que todos los que viven en esta capital recuerden y tengan presente la forma en la que el tiempo se detiene en este rincón del mundo.

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Dicho lo anterior, una de las cosas más espectaculares que se pueden hacer en la Ciudad de México, es ver caer la noche en las avenidas viejas del Centro Histórico. Adentrarse en la penumbra y el silencio de sus recovecos,  y quizá iniciar un recorrido oscuro por la Calle República de Colombia. Una arteria que durante la Colonia albergaba una acequia llamada Tezontlele sobre la que había un pequeño viaducto en el que la gente cruzaba de un lado a otro.

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En ese sitio existió una leyenda escabrosa protagonizada por un individuo que creía que su pareja le estaba siendo infiel. Para aliviar sus dudas, el hombre decidió ir a la iglesia en la que su esposa se confesaba usualmente y decidió raptar al párroco que la escuchaba. Lo llevó al puente que atravesaba el río seco, y ahí le sacó un puñal y le exigió  que le compartiera todos los secretos de su mujer.

 El cura le pidió que se sentara en el pretil del pasadero. El  hombre obedeció y se puso en la orilla dispuesto a escucharlo. El clérigo lo tomó de las piernas y lo tiró a la acequia.

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Otra leyenda en este mismo lugar, se suscitó gracias a la presencia misteriosa de un cuervo negro. Durante años los vecinos del Centro Histórico veían al ave encima de un puente y no entendían por qué todas las noches el pájaro volaba hacía un balcón  y se metía a un inmueble viejo lleno de ventanas rotas.

 ¿Qué hacía un animal de esas características dentro de una casa?, se preguntaban todos.  Pronto averiguaron que el habitante de esa siniestra mansión era un hombre desagradable. Tenía un aspecto descuidado y gustaba de la fiesta y los excesos. Además tenía ataques de ira preocupantes.  En las mañanas este individuo se paseaba por el barrio  con el pájaro en el hombro  y  (según los chismosos) sostenía conversaciones con él.

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Fue así como los vecinos supusieron que el extraño hombre tenía tratos con el diablo. Esa teoría se alimentó cuando, de un día para el otro, el cuervo y su dueño desaparecieron sin dejar rastro. Algunos (los más religiosos) rumoraron que la súbita partida de las bestias se debía a que el mismísimo Satán se los había llevado al infierno.

Estas dos pequeñas historias son sólo una diminuta prueba de todo lo que el Centro puede ofrecer con sólo una caminata. Un paisaje que es más bien una máquina del tiempo llena de cuentos de antaño que nunca van a desaparecer.