Caminar el Centro Histórico es como dar un paseo por su pasado.
Después de la caída de Tenochtitlán, varias congregaciones españolas mandaron a sus frailes para dar inicio a las labores de evangelización. Una de las que más tuvo presencia en la Nueva España fue la franciscana. Y de los primeros tres curas que pisaron México, se recuerda al fray Pedro van der Moere, mejor conocido como Pedro de Gante.
Cabe mencionar, que el religioso era de origen belga y pertenecía a una familia aristócrata. De hecho era pariente de Carlos V, lo que le hizo fácil la entrada a la orden franciscana de la Iglesia católica.
Arribó a tierras mexicanas en 1523, año en que mandó construir una escuela para indios en Texcoco. Ahí, él y otros frailes se daban a la tarea de enseñarles castellano a más de 1000 alumnos. También los instruían como cantantes, bordadores, zapateros y hasta enfermeros. Cuentan las crónicas que varios indígenas salieron de este colegio sabiendo latín, capacidad que los convirtió en traductores de textos religiosos.
Pedro de Gante estaba comprometido con la educación de los mexicas, y es por esto que una de las calles del Centro Histórico lleva su nombre. Se trata de un pequeño tramo, que aunque en ocasiones puede pasar inadvertido, realmente constituye un concurrido y agradable camino.
En 1976, la ciudad de Gante le regaló a México una estatua del fraile que está representado con una niña indígena. Hay que aclarar, que durante el siglo XIX esta callecita se abrió para poder fraccionar el gigantesco convento de San Francisco. Dicho tramo se abrió como calle por idea del afamado arquitecto José Luis Cuevas.
En Gante, se erigieron a principios del siglo XX diversas edificaciones de arquitectura ecléctica. Si uno asume el rol de transeúnte un día, apreciará detalles franceses, coloniales, neogóticos y modernos alrededor de esta pequeña arteria citadina.
Por fortuna, esta calle no cuenta con vendedores ambulantes y se ha vuelto camino peatonal. Tiene árboles, bancas y restaurantes que hacen de cualquier día uno agradable y delicioso. Recorrer esta calle, sabiendo un poco de su historia, resulta mucho más enriquecedor y sugestivo; es como un salto al pasado que pocos pueden jactarse de hacer.