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Algunas leyendas nocturnas del Centro Histórico Parte IV

Las mejores historias siempre han ocurrido de noche…

Sin duda, el Centro Histórico es uno de los lugares más transitados de la CDMX. Todos los días miles de capitalinos y turistas cruzan enloquecidamente sus arterias y las llenan de ruido, basura y tráfico. Sin querer, la muchedumbre le roba la tranquilidad a aquellos que quieren conocer minuciosamente este importante lugar. Les quita la posibilidad de pararse y contemplar cada centímetro del barrio más importante de la capital mexicana.

Quizá por eso es recomendable (tomando las precauciones necesarias) internarse en las calles del centro cuando va cayendo la noche. Caminar por 5 de mayo, con el cielo teñido de naranja enfrente y el sonido ligero de los pájaros despidiéndose del día. Deambular en la penumbra por la hermosa Tacuba y contemplar sus palacios iluminados. Nada más grandioso que ver el final de una callecita peatonal la Torre Latinoamericana brillar en la oscuridad.

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Y es que la noche siempre se ha llevado bien con el corazón de esta urbe, no sólo por el éxodo masivo de capitalinos, que sucede todos los días a las seis, sino porque cuando el sol se va las cuantiosas leyendas que viven en el Centro Histórico reviven, y de pronto un aire de otro siglo se escapa de los portones y se apodera del tiempo. Súbitamente los viejos habitantes de la Ciudad de México y sus historias emergen en el presente para recordarnos lo mágico que es este lugar del mundo.

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De entre todos los relatos escabrosos que hay en el centro, vale la pena contar uno que supuestamente sucedió hace muchos siglos en 5 de febrero. Se dice que en esa calle vivía un acaudalado comerciante que estaba casado con una mujer muy hermosa. Un día apareció en su balcón una carta. El hombre la abrió inmediatamente; se trataba de una nota anónima en la que alguien acusaba a su esposa de serle infiel con uno de los temibles soldados de la Inquisición.

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Aunque se le partió el corazón, el burgués decidió que antes de tomar represarías, tenía que buscar pruebas de que el misterioso mensaje fuera verdad. Entonces, una noche se puso una capa, inventó un pretexto y  le notificó a su pareja que llegará tarde. Luego se ocultó detrás de un árbol y vigiló fijamente  la fachada de su casa. Una hora más tarde, observó dolorosamente como su esposa abría la puerta del balcón para que un individuo entrara por ella.

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El comerciante irrumpió en la habitación y se encontró con una escena terrible. Los encontró desnudos. Él deslizaba en la muñeca de su esposa un brazalete de diamantes. Ella se veía enamorada. Un breve instante los tres se quedaron en silencio. Luego dos lágrimas atravesaron el rostro de la mujer. El comerciante sacó una daga y aunque la pareja le suplicaba que los perdonara, los mató. Primero a ella, luego a él.

Cuanta la leyenda, que al día siguiente el aristócrata tomó la joya y la clavó en el portón de entrada de su casa con mismo cuchillo ensangrentado con el que había asesinado a los amantes.  Cuanta la leyenda, que por este crimen hubo una época en la que 5 de febrero se llamaba la calle de la Joya.

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Está es sólo una de las miles de historias que viven en el Centro Histórico, poco a poco iremos contando  más. Mientras tanto los invitamos a caminar cuando se va el sol  y tal vez crear sus propias leyendas.

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