Una calle para caminar encima de otro siglo…
En el corazón del Centro Histórico hay una arteria en la que cada edificio, cada esquina y cada rincón tiene algo de contarnos. Un maravilloso espacio que aunque actualmente se llama 5 de febrero (evocando a la Constitución de 1812), a lo largo de la historia ha tenido distintos topónimos, uno por cada tramo. Existió ahí alguna vez, por ejemplo, la Calle de la Aduana Vieja.
Este singular nombre nació porque en tiempos remotos esta arteria fue la sede de la primera aduana que hubo en México. Según algunas crónicas antiguas, 5 de febrero fue la calle en la que se registraban los productos que llegaban a Veracruz y en la que los extranjeros de otros siglos le anunciaban a las autoridades su estadía en el país.
Pero además de tener mucha historia, esta inmensa arteria es dueña de una arquitectura gloriosa. Edificaciones monumentales que le hacen sentir a los transeúntes que están caminando en otro siglo. Inmuebles que en el pasado fueron palacios, refugios religiosos donde las distintas órdenes alojaban a sus miembros; y hasta pequeñas guaridas sin ventanas para los pobres. De hecho, en esta calle se puede ver exactamente cómo eran las habitaciones en la Nueva España.
Entre todas las maravillas que habitan 5 de febrero, está el grandioso Convento de San Jerónimo. Una construcción que data de 1623, que fue hecha en su momento por el maestro Alonso Martínez López. Este sobrio lugar es muy importante para la CDMX, porque ahí vivió y murió la grandiosa Sor Juana Inés de la Cruz.
Más adelante, a unos metros del convento, se pueden visitar algunas de las famosas vecindades que hay en el Centro Histórico. Edificios que se cimentaron en el siglo XVIII que conservan en su interior los patios cuadrados de antaño, y balcones provistos de herrería viejísima. En estos lugares, llenos de cruces de piedras y muros inmortales, se rentaban cuartos a los hombres a principios del XX y se creaban leyendas que no han muerto.
La aventura del 5 de febrero puede continuar en la llamada 5nta calle, ahí se encuentran algunas boticas antiguas, camiserías, panaderías, el último mesón nuevo hispano, una infinidad de casas de tezontle y cantera que conservan en sus fachadas una colección de s movimientos arquitectónicos que han pasado por la CDMX desde su inauguración y por supuesto la emblemática Farmacia París.
Pero además de importantes recintos arquitectónicos y tiendas atemporales, en esta arteria se puede encontrar una de las pulquerías más interesantes de la Ciudad de México. Un sitio que se hizo en honor a las cantinas que había en 5 de febrero en el siglo XIX. En uno de sus murales (como lo marca la tradición) está tatuada la leyenda prehispánica de la creación del elíxir mexicano.
En resumen, la Calle 5 de febrero es el lugar en el que tiempo se detuvo. Una arteria en la que los ecos del pasado suenan en cada paso que damos. Ahí está la historia, dentro de sus palacios, en la pintura desteñida de los muros, en todas las cosas que ya no están pero viven en nuestros libros.