“México […] me cubrió con su sortilegio y su luz sorpresiva” –Pablo Neruda
Ricardo Eliecer Neftalí Reyes Basoalto, mejor conocido como Pablo Neruda fue, sin duda, uno de los literatos más influyentes del siglo XX. No sólo por su manera de imprimir la realidad y la fantasía en cada poema (todo al mismo tiempo), sino porque también fue un revolucionario que durante su existencia realizó un sinfín de travesías alrededor del mundo en pro de la justicia y la libertad de los reprimidos.
México no fue la excepción, de hecho vino varías veces y hay quienes rumoran que en una le pidió al famoso e inquietante Siqueiros que pintara su representativa pieza Muerte al Invasor, que contaba cómo el pintor con otros 20 hombres persiguieron a León Trotsky para asesinarlo.
Además, es bien sabido que la vida misma de este grandioso personaje chileno estuvo repleta de momentos fuertes, de persecuciones, de numerosos amores y extraños episodios, como cuando se hizo amigo de un pescador en Italia o como cuando le escribió unos versos a la alcachofa. Sin duda, todas las vivencias raras, malas y gratas fueron transando la esencia de Pablo Neruda.
Sus viajes fueron parte importante del desarrollo ideológico del Premio Nobel y fueron varios los países que conoció. Pero fue en 1940 que el famoso escritor tocó por primera vez el suelo mexicano. Una tierra que simplemente le fascinó.
Tal cual lo redacta en su autobiografía Confieso que he vivido, Memorias; “México [es] florido y espinudo, seco y huracanado, violento de dibujo y de color, violento de erupción y creación, me cubrió con su sortilegio y su luz sorpresiva”.
De acuerdo a lo que confesó en una entrevista, uno de las cosas que Neruda más amaba de México eran sus mercados. Lugares llenos de la gastronomía local, repleto de gritos anunciando ofertas, esencias de las flores regionales y una muchedumbre que hacía vibrar el espacio en que se encontraban.
Su estadía en el país duro varios años, tenía un puesto en la embajada chilena como cónsul. Lo que muchos mexicanos no logran en una vida, Neruda lo consiguió en sólo diez años. Pudo ser capaz de ver lo que realmente es esa nación. En las conversaciones eternas que sostuvo con escritores como Rulfo, en sus paseos por Coyoacán, en sus tardes frente a la ventana de su casa, el sudamericano fue parcialmente un capitalino más.
Antes de partir a su vida errante, Neruda dejó un hermoso verso respecto a sus días en la CDMX: “México vive en mi vida como una pequeña águila evocada que circula en mis venas. Sólo la muerte le doblegará las alas sobre mi corazón de soldado dormido”.