La colonia Tabacalera es una hermosa oda al hubiera…
En el corazón de la transitada Delegación Cuauhtémoc, hay una colonia cuya arquitectura y cultura ha desafiado al tiempo en la Ciudad de México. Hablamos de la Tabacalera; un barrio que silenciosamente guarda entre sus esquinas algunas de las historias más importantes y secretas de esta urbe. Lugar de proyectos inacabados, casa de algunos de los personajes más célebres del país y un sitio cuya magia ha deambulado del pasado al futuro, sin que nadie se de cuanta.
Su historia se remonta a la Nueva España. Durante varios siglos la Tabacalera fue el sitio en el que los conquistadores dejaban el ganado para alimentar a la metrópoli. En aquellas épocas el sitio estaba lleno establos polvosos y del agua que salpicaba un discreto acueducto que pasaba por ahí. Hay quienes aseguran que, en esa acequia, Pedro de Alvarado se escondió de la furia de los indígenas durante la Noche Triste.
Tras la conquista, este emblemático espacio protagonizó los deseos momentáneos de múltiples gobernantes. Durante el efímero Imperio de Iturbide, la Tabacalera se iba a convertir en un lugar de los castillos neoclásicos, desafortunadamente esto no ocurrió. Después, un grupo de hombres ilustres querían edificar ahí “la colonia de los arquitectos” tampoco se pudo consumar este proyecto.
Décadas después (y por increíble que sea) se intentó hacer, justo donde está el Monumento a la Revolución, una penitenciaría. Esta nueva cárcel se pretendía construir en este sitio porque estaba fuera la ciudad y era un espacio casi deshabitado. Aunque se pusieron los cimientos para hacer calabozos, la falta de presupuesto hizo que no se concluyera el proyecto.
Quizá la suerte de este barrio – golpeado por las indecisiones de algunos – cambió cuando Porfirio Díaz propuso hacer ahí lo que sería el palacio más sublime de la capital; una exuberante construcción que serviría como la sede del nuevo Edificio Legislativo. En honor a esto, se mandó a hacer una cúpula bellísima. Tristemente, el sueño del dictador no se pudo realizar porque la Revolución Mexicana irrumpió en la Ciudad de México y se frenaron las iniciativas del viejo gobierno.
La colonia consiguió su épico topónimo en 1898, gracias a la construcción de un edificio neoclásico que por años fue la sede de la Tabacalera Mexicana Basagoti Zaldo y Compañía. Aunque en un inicio se tenía el plan de hacer en las arterias aledañas una serie de inmuebles para que los trabajadores vivieran ahí, en realidad con el tiempo este fascinante edificio se convirtió en lo que hoy conocemos como el Museo Nacional de San Carlos.
Inexplicablemente, a pesar de su privilegiada ubicación, la Tabacalera no se convirtió en lo que conocemos hoy en día, hasta que se inauguró ahí el Monumento de la Revolución en 1938. Fue en ese instante cuando las obras arquitectónicas más importantes del barrio surgieron, y de pronto la colonia se transformó en un ejemplo de modernidad que hasta salía en algunas películas de la Época de Oro del cine nacional.
Casi se un momento para otro, se inauguró el Frontón México, la inmaculada Plaza de la República y por supuesto el edificio de la Lotería Nacional que en esos instantes era uno de los más grandes de América Latina y fue también el legado más importante que dejó el arquitecto Órtiz Monasterio. En un inicio se llamó El Moro.
No cabe duda que La Tabacalera es un maravilloso testigo de la memoria viva que tiene Ciudad de México. Por eso, en artículos posteriores seguiremos haciendo un recorrido por estas calles tan viejas y tan importantes para definir lo que somos y lo que fuimos.
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