Nuestro espíritu de diversidad cultural ha logrado engendrar algunas de las ciudades, zonas arqueológicas, reservas y demás esferas ambientales simbólicas para la humanidad. Un legado impresionante de lugares que relatan nuestra historia como raza cósmica; la pluralidad de ideas y la mezcla cultural y social con la llegada de la conquista, que de no haber ocurrido así, nuestra ciudad, estéticamente y anímicamente no sería lo que es hoy.
El Patrimonio Mundial o Patrimonio de la Humanidad es el título designado por la UNESCO a aquellos lugares enigmáticos (ya sean reservas ecológicas, edificaciones alucinantes o ciudades enteras) que representan, además de la cultura e historia de una nación, un tesoro invaluable para la humanidad dentro del cosmos. Según la UNESCO, la pérdida de cualquiera de dichos bienes considerados dentro de esta categoría representaría una perdida invaluable para el mundo.
La Ciudad de México acoge algunos de los más alegóricos de nuestra nación, lugares que a pesar de que los mexicanos conocemos visualmente, algunas ocaciones olvidamos reconocerlos y preservarlos como esa riqueza, análoga a nuestra realidad, que se debate entre el caos y el folclor, entre lo onírico y lo complejamente bello de su arquitectura colonial; una ciudad mágica y también una urbe de sofisticada evolución cultural.
Son 4 los sitios denominados Patrimonio Mundial en la capital. Dos de ellos fueron nombrados en el mismo año (1987): el Centro Histórico y el Centro de Xochimilco. Es maravilloso saber que en la misma ciudad existen dos atmósferas que relatan por un lado, la historia de nuestras culturas prehispánicas y por el otro la sorprendente metamorfosis de una civilización entera que logró adecuarse a la modernidad, un tanto caótica de las ciudades europeas.
El Centro Histórico es una mixtura de estas dos realidades que aún se preservan. Edificada sobre la antigua Tenochtitlán y justo en el centro de una zona lacustre, encontramos aquí los vestigios de los cinco templos aztecas que se han hallado hasta ahora. Ruinas mágicas rodeadas de arquitectura majestuosa como la gran Catedral Metropolitana, que engloba en un mismo sitio diseños diversos de la época virreinal, y el Zócalo o plaza de la constitución -situada dentro de las tres más grandes del mundo-, en la que notoriamente se debate las costumbres chamánicas de nuestros ancestros con el poder político, económico y religioso de la urbe colonial y moderna.
Según la UNESCO, las calles de Madero y Regina son los corredores más emblemáticos que hasta ahora nos han mostrado la diversidad artística y gastronómica que posee la capital. La Alameda Central es otro inminente espacio público en nuestra historia de patrimonios, un paraje deleitoso que contrasta finamente con la máxima representación de nuestra ciudad, el Palacio de Bellas Artes. Todo ello, aunado a los diversos museos y demás monumentos importantes de esta zona, han transformado al centro histórico y con ello construido la personalidad de nuestra capital, ahora la segunda más visitada en toda Latinoamérica.
Por otro lado -y bajo este mismo nombramiento-, el centro de Xochimilco (en nahuatl: campo de flores), es reconocido a nivel mundial como ícono de la mexicanidad. Sus localidades lacustres y flora endémica, preservadas aproximadamente mil años y hasta entonces, se han mantenido del método complejo para sembrar a través de pequeñas islas artificiales: la chinampa.
Sus creencias, ceremonias y entre ello, su calendario ritual, forman parte de un “patrimonio intangible”, aquellas costumbres locales que fungen como una garantía de creatividad permanente de dicha zona. También es requisito de su nombramiento las famosas trajineras, los oníricos vehículos en los que podemos profundizar entre el silencio de sus pasajes y las percepciones sensoriales que nos empapa la naturaleza.
Así mismo se considerada Patrimonio de la Humanidad la Casa-Taller de Luis Barragán, el hogar del importante arquitecto de la modernidad nombrada así en su honor. La UNESCO la ha considerado como una de las obras más influyentes y representativas de la arquitectura contemporánea en el mundo. Es el único inmueble en America Latina que ha logrado dicha distinción.
Un clásico de la arquitectura que combina elementos tradicionales y vernáculos, así como diversas corrientes filosóficas y artísticas de todos los tiempos, señala la UNESCO. Fue construida en 1948 en el barrio de Tacubaya, y habitada por el arquitecto hasta 1998. La obra se le denomina “vernácula” por sus alucinantes colores llamativos pigmentados en materiales como piedra, madera y muros encalados.
Es probablemente una de las obras más psicodélicas de la sofisticada arquitectura moderna, ya que sus sombras, colores y dilatación, se encuentran hasta en la tonalidad de las luces artificiales y la luz que consiguió el arquitecto con un adecuado uso de las puertas y ventanales. La obra en sí misma, minimalista, es un legado espacial y poético de la ciudad de México para el mundo.
Un último sitio invaluable para la humanidad es Ciudad Universitaria, el micromundo cultural de la UNAM que atesora grandes obras elementales de muralistas, arquitectos, escritores e intelectuales mexicanos. Designada como tal en 2007, la máxima casa de estudios de la ciudad de México posee una mixtura asombrosa de arquitectura y diversidad cultural hasta en sus más pequeños detalles, siendo algunos de los más alucinantes la lava volcánica sobre la que fue construida, su flora endémica (inmortalizada en su hermoso jardín botánico), y por supuesto su gran mural/mosaico creado por el arquitecto Juan O’Gorman en donde podemos avista la historia de las humanidades y las artes como un gran símbolo de la sabiduría en la institución.
Así mismo, la Universidad (incluida entre las 100 mejores del mundo), se desdobla en un área de mas de 7 millones de metros cuadrados entre los que se reparte su reserva ecológica, sus centros de investigaciones y sus 108 licenciaturas impartidas. Algunos de sus murales más atesorables fueron realizados por celebridades del arte y la cultura mexicana como David Alfaro Siqueiros, Francisco Eppens y Diego Rivera. “Por mi raza hablara el espíritu”, rezó José Vasconcelos como lema institucional para esta gran casa de estudios.
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