La casa Boker trajo a México un poco del encanto neoyorkino…
En 1975, la Ciudad de México se conmocionó por un peculiar siniestro. De un segundo a otro un fuego inmenso invadió el horizonte, y lo que al principio era solo un rumor pronto se hizo realidad: la Casa Boker se estaba quemando. El ruido de las sirenas, el intempestivo paso de los camiones de bomberos y las multitudes con la boca abierta irrumpieron en la tarde. Nadie lo podía creer; uno de los símbolos más poderosos de esta urbe se venía abajo.
La historia de este emblemático edificio empezó a escribirse desde hace más de 150 años. Comenzó con la llegada de uno de los herederos del imperio Boker (fabricantes Germánicos de cuchillos y navajas). El inversionista se llamaba Robert, y vino a la capital mexicana para expandir los cuantiosos negocios de su familia alemana. Según lo contó el mismo viajó en barco hasta Veracruz y de ahí se subió a una carreta y recorrió una parte del país en caballo. No hablaba una palabra de español.
Lo primero que hizo Robert al arribar a la metrópoli fue mandar a construir la Casa Boker. Respecto a eso, el empresario tenía dos objetivos: emular la belleza de los palacios del Centro Histórico y traer a Mexico un poco de la arquitectura que meses antes había visto en Estados Unidos. En honor a lo segundo; contrató a los artistas: Lemos y Cordes; dos renombrados arquitectos de Nueva York que se habían hecho famosos por la icónica tienda Macy,s de la Quinta Avenida.
Después, Robert Boker pasó varios meses en busca de la ubicación perfecta. Encontró un terreno amplio, entre las calles 16 de septiembre y la esquina de Isabel la Católica y se sintió satisfecho. De acuerdo a algunas crónicas, cuando se iniciaron las excavaciones profundas para edificar la casa, los ingenieros responsables hallaron cuantiosos vestigios aztecas que fueron donados al Museo Nacional.
El resultado de 14 meses de trabajo fue espectacular. Una estructura ostentosa que maravilló a los capitalinos de inicios del siglo XX, y fue inaugurada por el mismo Porfirio Díaz. Se dice que e los capitalinos estaban impresionados con el edificio, tanto que no le podían quitar la vista de encima.
Les encantó la poderosa fachada rosa de cantera, las dos águilas arriba de la puerta que simbolizaban la unión entre Alemania y México. Les impresionó el mármol italiano de los acabados, los ventanales dobles traídos de Bélgica y el vanguardista techo metálico que se veía a las alturas.
Pero además de la singularidad del delirante inmueble de tres pisos, este espacio se habilitó como negocio y le brindó la oportunidad a la clase pudiente de adquirir aquellos artefactos que estaban de moda en el mundo. La Casa Boker fue el primer lugar en el que se pudieron conseguir: máquinas de coser Singer, los primeros carros de vapor que hubo en México, las recién inventadas máquinas de escribir y toda clase de herramientas de acero, incluso cortaúñas, algo nunca visto en el país.
Durante muchas generaciones, este portento ha sido una de las joyas más preciadas de la ciudad. El edificio ha visto pasar silenciosamente la historia y lo ha sobrevivido todo: el final de porfiriato, la Revolución Mexicana, el Maximato y hasta la Segunda Guerra Mundial; época en la que el negocio fue clausurado por el conflicto que había entre México y Alemania.
Sobra decir que la Casa Boker también sobrevivió a aquel fatídico incendio de los años 70 y actualmente (como las mejores cosas de esta metrópoli) se mantiene en pie; de hecho es una de las ferreterías más grandes y completas que hay en la Ciudad de México.
Casa Boker
Dirección: 16 de Septiembre 58, Centro Histórico