En el corazón de Mixcoac hay una calle angosta que da escalofríos.
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Todos sabemos que la Ciudad de México es una de las más grandes del mundo. Basta con conocer algunas de todas las largas avenidas que cruzan para entender su amplitud. Basta con contemplar las montañas que nos rodean y ver la gran cantidad de casitas desperdigadas que están en todos lados.
Sin embargo, a pesar de toda esta grandeza, la capital mexicana conserva algunas pequeñas y emblemáticas calles. Arterias que se han quedado intactas en la inmensidad y que todavía guardan en su interior, no sólo la arquitectura de otros tiempos, también un conjunto de leyendas e historias escabrosas.
Este es el caso del famoso Callejón del Diablo, una callecita muy angosta que se ubica en el corazón de la importante Colonia Mixcoac, cuya rara estética, llena de paredes inmensas pintadas de naranja, podría ser el escenario perfecto para filmar una de esas películas de miedo que a veces se hacen en la Ciudad de México.
Y es que este lugar ha sido siempre terrorífico. Según lo indican algunas crónicas viejas, el desconcertante nombre de la calle proviene de las habladurías de la gente del barrio que en otra época aseguraban haber visto en este estrecho callejón al mismísimo Lucifer deambular por sus rincones, sin embargo, esta es sólo una versión de las tantas que hay.
Lo que sí es cierto es que debido a su forma irregular, y a que en el pasado el Callejón del Diablo estaba retacado de árboles frondosos que generaban sombras dudosas, en otros siglos este rincón de la capital mexicana debió de ser horrible, sobre todo de noche, tanto que se rumora que pocas personas se atrevían a cruzarlo después de que se iba el sol.
Entre los valientes que lo llegaron a atravesar había un borracho que una noche, distraído por su estado, decidió tomar al Callejón del Diablo como atajo. Después de dar los primeros pasos adentro, el ebrio vio a unos metros a un personaje recargado en un helecho, y aunque en un principio la figura parecía una persona normal, un misterioso destello de luz que cayó sobre la arteria y de pronto develó el terrorífico semblante de la criatura. Al contemplar la imagen el ebrio intentó correr, pero sus pies se quedaron pegados al piso hasta que la terrorífica visión se desvaneció.
Cuenta la leyenda que tras su atormentada experiencia, el borracho contó la historia a quien pudo y un día su anécdota llegó a los oídos de dos pescadores incrédulos que inmediatamente fueron al lugar con antorchas para demostrarle al hombre que los fantasmas no existían. Sin embargo, tal como se los había enunciado el borracho, a la media noche surgió de entre la luz del fuego, una figura horrorosa, que según los lancheros tenía con cuernos y cola y se reía maléficamente.
Además de estos misteriosos encuentros paranormales, un día del siglo XX apareció en el callejón el cuerpo de un usurero llamado Julio. Este hombre había pasado su vida persiguiendo personas para cobrarles deudas y de acuerdo a los rumores de los vecinos de Mixcoac su muerte se debió a un altercado que tuvo con el mismo diablo que lo estaba castigando por su horrible comportamiento.
Creamos o no en fantasmas, estas leyendas nos permiten entender que en esta extraña y hermosa ciudad del mundo, cada barrio, cada calle, cada casa tiene una historia asombrosa que contarnos. Sólo tenemos que caminar más seguido y por qué no escuchar lo que nos cuentan los espacios y el tiempo.