Leopoldo Batres, el arqueólogo del porfiriato.
Leopoldo Batres fue un pionero de la arqueología moderna en México. Nace en la Ciudad de México en 1852 y es célebre por sus excavaciones durante el Porfiriato. Batres trabajó para el Museo Nacional entre 1884 y 1888, años en los cuales comenzó su actividad arqueológica en Teotihuacan, donde exhumó el Templo de la Agricultura, cerca de la Pirámide de la Luna.
De profesión antropólogo y arqueólogo formado en Francia bajo el cobijo del General Porfirio Díaz, en 1895 recibió el encargo de identificar los restos de los héroes de la independencia de México para depositarlos en lo que más tarde sería el monumento del Ángel de la Independencia. Otras misiones arqueológicas lo llevaron a Monte Albán y Mitla en Oaxaca en 1901-1902, La Quemada, en Zacatecas en 1903, Xochicalco, (de la que hablaremos) y de nuevo en Teotihuacan entre 1905 y 1910 y al centro de la Ciudad de México.
En 1905, el presidente Porfirio Díaz encargó a Justo Sierra, director de Instrucción Pública, la creación de un programa arqueológico para mostrar al mundo la riqueza que se encuentra en las pirámides prehispánicas. Sierra comisionó a Leopoldo Batres para ser Inspector General de Monumentos Arqueológicos de la República Mexicana.
La labor de Batres nunca estuvo exenta de polémicas que dieron forma a su leyenda, especialmente en la Pirámide del Sol de Teotihuacan, donde se dijo que su excesiva labor de reconstrucción desvirtuó la pirámide. De hecho se cuenta, que las exploraciones que Batres hizo en esta zona ocasionaron que tomara el rifle para defender su trabajo y más tarde buscar refugio en Barcelona. En una ocasión, los campesinos de la zona se amotinaron y amenazaron con apresarlo si continuaba las obras, pero la respuesta del arqueólogo fue tomar su rifle, disparar, volver a cargar el rifle e intimidar al contingente hasta dispersarlo.
Parte de esta leyenda negra se debe a las discusiones sobre técnicas de estudios, diferencias en la práctica arqueológica y sobre todo a la disputa de los recursos destinados a la exploración, investigación y formación de entidades institucionales, entre Leopoldo Batres, Manuel Gamio, el forjador de la patria y discípulo de Franz Boas, y el arquitecto Ignacio Marquina. Además de dos sucesos que marcaron la vida de Batres y la de la arqueología mexicana en general.
En una larga discusión sobre el recuento histórico de las exploraciones en las que trabajó Batres, Ignacio Marquina, se concentró en subrayar que Batres incurrió en graves errores de interpretación, y que destruyó el patrimonio (edificios y objetos muebles) sin dejar registro de sus trabajos, por lo que ocasionó la pérdida irremediable de los vestigios de Teotihuacán.
Además se le imputaba que Batres había reconstruido la Pirámide del Sol, que faltó a los registro de los objetos descubiertos y pinturas, a la ausencia de mecanismos de conservación de los frescos y de limpieza en el manejo del escombro, destrucción de varios montículos debido al paso del Ferrocarril Pirámides, además el arqueólogo Marco Antonio Santos culpó a Batres de dinamitar parte del suelo y luego reconstruirlo a su idea de cómo sería Teotihuacán.
Este tipo de denuncias contra de Batres fueron comunes entre los arqueólogos de la época, por las razones antes expuestas. Lo que hace ver que los arqueólogos usaban la acusación “por destrucción del patrimonio” para ventilar disputas personales, también permiten observar los debates en torno a las discrepancias técnicas y metodológicas y al quehacer científico. Quizá, no eran acusaciones personales, sino hechos.
La segunda parte que contribuye a la leyenda oscura de Batres fueron los manejos turbios en la zona arqueológica de Xochicalco, que también estuvo a cargo de Batres. A diferencia de Teotihuacán, que se estrenó el 13 de septiembre de 1910, con la presencia de Porfirio Díaz, Justo Sierra y Leopoldo Batres; se desconoce la fecha exacta de inauguración de Xochicalco a pesar de ser reconocida desde los tiempos de Fray Bernardino de Sahagún, descrita en las obras del barón de Humboldt y Julio Verne, visitada por la emperatriz Carlota, y puesta en el mapa por artistas y estudiosos como Eduard Seller, Carl Nebel, Antonio Alzate y Alfredo Chavero, y las fotografías del húngaro Pal Rosti, entre otros.
De un modo similar a la reconstrucción que Batres hizo en Teotihuacán, y el uso dinamita para mover el escombro, se dijo que Batres había alterado la pirámide de las Serpientes Emplumadas, pero gracias a las fotografías de Pal Rosti, realizadas a mediados del siglo XIX, se sabe que lo único que hizo el arqueólogo fue consolidar lo que estaba en su lugar y recolocó numerosas piedras esculpidas que estaban caídas. Batres cometió algunos errores, pero gracias a intervención la estructura se conservó.
Además, la exploración de Xochicalco hace cien años fue una verdadera hazaña técnica. No hay que olvidar que para acceder al sitio se tenía que llegar por carreta a Cuernavaca, de allí en mula a Temixco, y el resto del trayecto hasta las ruinas se hacía a pie, o tal vez llegando a Xochicalco en una silla tipo faraón egipcio.
Durante la Revolución Mexicana los trabajos en el sitio se detuvieron. Algunos relatos orales de pobladores de la región recuerdan a los soldados del ejército federal practicando tiro al blanco en la pirámide de las Serpientes Emplumadas. Como sea, a más de cien años de su apertura, este sitio prehispánico sigue ocupando un lugar muy profundo en el sent
ir de los mexicanos.
Hoy día, muy pocas personas saben que las cenefas que aparecen en las actas de nacimiento de los mexicanos son una reproducción de las Serpientes Emplumadas de Xochicalco. Asimismo, el Monumento a La Raza, localizado en el extremo norte de la avenida de Los Insurgentes, tiene réplicas de los glifos de dicha pirámide.