Las plantas mágicas han sido bien estudiadas en nuestro país.
La biodiversidad mexicana posee una increíble reserva de plantas y hongos que atraen a científicos y artistas, como a personas que buscan experiencias extrasensoriales o místicas, mediante el uso de especies como los hongos alucinógenos llamados “niños” por la célebre María Sabina, o el peyote, cacto de consumo ritual en la etnia huichol, entre otras.
José Luis Díaz documenta esta veta de la biodiversidad de México en su libro Las plantas mágicas y la conciencia visionaria, citada por la revista Arqueología Mexicana, núm. 59, pp. 18-25. O puedes leer un artículo más extenso dando clic aquí.
La imaginación y fantasía es el efecto más llamativo de estas plantas, así como de sus potentes moléculas neurotrópicas. De hecho, las figuras geométricas e intensamente coloreadas que son características de su acción sobre la percepción visual se han tomado como los motivos de manifestaciones artísticas tan distantes como los petroglifos, las tablas huicholas o el arte pop o psicodélico de los años sesenta del siglo XX.
A pesar de tener efectos comunes, que permiten considerarlas como una gran familia de drogas psicodislépticas, los efectos particulares justifican que consideremos dentro de ella a subfamilias particulares. Podemos distinguir claramente a seis de ellas, cuatro de las cuales son precisamente las de nuestro interés en este momento: los alucinógenos propiamente dichos, los cognodislépticos, los inductores de trance y los delirógenos.
A estos organismos se les conoce como drogas porque alteran la cognición y la percepción de la mente. Para las culturas originarias estas son “plantas de poder” o “plantas sagradas”, y cada una genera efectos particulares, según sus principios activos. Por los estímulos que producen a las células nerviosas, estas especies propician la exaltación de los sentidos y de la imaginación, por lo que en algunos casos han abierto al arte posibilidades expresivas, por ejemplo, la psicodelia del arte pop y, en otros, desde tiempos ancestrales han sido canales de conexión mística. Estas plantas e pueden clasificar en cinco grupos.
*Excitantia (estimulantes: café, té negro, mate)
*Euphorica (euforizantes: opio, coca)
*Inebriantia (embriagantes: fermentados, destilados)
*Hypnotica (somníferos: cloral)
*Phantastica (alucinógenos: peyote)
El uso de estas plantas y hongos promueve la conservación de la biodiversidad en distintas regiones donde prosperan y se tienen profundos conocimientos de sus propiedades.
Las plantas Alucinógenas, por la mezcalina que contienen, como el peyote o péyotl (Lophophora williamsii) pertenece a la región huichol, cultura de la que conocemos figuras geométricas de intensos colores, o la psilocibina de los hongos teonanácatl (Psilocybe mexicana) de la sierra Mazateca.
Las plantas inductoras del trance, como la hoja de la pastora o pipiltzintzintli (Salvia divinorum) y la marihuana (Cannabis sativa), producen un estado de letargo en el cual se exalta la percepción hasta grados de irritación y la estimulación de la imaginación se usa con fines adivinatorios en contextos rituales.
Las plantas cognodislépticas, como el manto de la virgen u ololiuhqui (Turbina corymbosa), que estimulan la imaginación, avivan las sensaciones y la fantasía, y aunque difícilmente producen alucinaciones, alteran mecanismos de la memoria y se usan en la oniromancia o adivinación durante el sueño.
Las plantas delirógenas, como el toloache o tolohuaxihuitl (Datura stramonium), cuyos potentes efectos nublan la conciencia, detonan un delirio similar al que causa la fiebre, desorientación e intensas alucinaciones que impiden a la persona distinguir la realidad. Se les ha utilizado en ritos de hechicería, para causar daño a otros o para atontar la conciencia.