Décima Muerte: el poema más filosófico y hermoso de Xavier Villaurrutia

Obsesión poética por la muerte.

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Para Xavier Villaurrutia la muerte es un tema recurrente, un tópico poético y quizá, la mayor obsesión de su vida. Él murió el 25 de diciembre de 1950, en la víspera de navidad a los 47 años. La muerte lo sorprendió tumbado en su alcoba, y hay quien aseguro que el día de su muerte fue un suicidio al estar harto de soledad o de ser un cuerpo vacío. De eso ya han pasado casi 70 años y su muerte sigue siendo un enigma.

La muerte es el tema más prominente en el universo literario de Villaurrutia. Luego de la muerte está el baile, la danza macabra y efímera, el aterrador miedo a la muerte, al fin final. Villaurrutia también se desempeñó como profesor de la UNAM; jefe de sección de Teatro den Bellas Artes; director, con Salvador Novo, de la revista “Ulises” y miembro del grupo de Los Contemporáneos.

En su obra publicada destacan los Ensayo: Textos y pretextos (1940), Poesía: Reflejos (1926), Teatro: Parece mentira (1934) y por su puesto sus libros más conocidos y estudiados, Nocturnos (1938) y la Muerte sin fin (1939). Además, Villaurrutia se encargó de traducir a los escritores franceses Andre Gidé y Jules Romains, al poeta y pintor inglés William Blake y al ruso Anton Chéjov.

La Décima Muerte, es uno de sus poemas más geniales, filosóficos e inspiradores cuyo tema es la muerte.

I

¡Qué prueba de la existencia habrá mayor que la suerte de estar viviendo sin verte y muriendo en tu presencia! Esta lúcida conciencia de amar a lo nunca visto y de esperar lo imprevisto; este caer sin llegar es la angustia de pensar que puesto que muero existo.

II

Si en todas partes estás, en el agua y en la tierra, en el aire que me encierra y en el incendio voraz; y si a todas partes vas conmigo en el pensamiento, en el soplo de mi aliento y en mi sangre confundida, ¿no serás, Muerte, en mi vida, agua, fuego, polvo y viento?

III

si tienes manos, que sean de un tacto sutil y blando, apenas sensible cuando anestesiado me crean; y que tus ojos me vean sin mirarme, de tal suerte que nada me desconcierte ni tu vista ni tu roce, para no sentir un goce ni un dolor contigo, Muerte.

IV

Por caminos ignorados, por hendiduras secretas, por las misteriosas vetas de troncos recién cortados, te ven mis ojos cerrados entrar en mi alcoba oscura a convertir mi envoltura opaca, febril, cambiante, en materia de diamante luminosa, eterna y pura.

V

No duermo para que al verte llegar lenta y apagada, para que al oír pausada tu voz que silencios vierte, para que al tocar la nada que envuelve tu cuerpo yerto, para que a tu olor desierto pueda, sin sombra de sueño, saber que de ti me adueño, sentir que muero despierto.

VI

La aguja del instantero recorrerá su cuadrante, todo cabrá en un instante del espacio verdadero que, ancho, profundo y señero, será elástico a tu paso de modo que el tiempo cierto prolongará nuestro abrazo y será posible, acaso, vivir después de haber muerto.

VII

En el roce, en el contacto, en la inefable delicia de la suprema caricia que desemboca en el acto, hay un misterioso pacto del espasmo delirante en que un cielo alucinante y un infierno de agonía se funden cuando eres mía y soy tuyo en un instante.

VIII

¡Hasta en la ausencia estás viva! Porque te encuentro en el hueco de una forma y en el eco de una nota fugitiva; porque en mi propia saliva fundes tu sabor sombrío, y a cambio de lo que es mío me dejas sólo el temor de hallar hasta en el sabor la presencia del vacío.

IX

Si te llevo en mí prendida y te acaricio y escondo, si te alimento en el fondo de mi más secreta herida; si mi muerte te da vida y goce mi frenesí, ¡qué será, Muerte, de ti cuando al salir yo del mundo, deshecho el nudo profundo, tengas que salir de mí?

X

En vano amenazas, Muerte, cerrar la boca a mi herida y poner fin a mi vida con una palabra inerte. ¡Qué puedo pensar al verte, si en mi angustia verdadera tuve que violar la espera; si en vista de tu tardanza para llenar mi esperanza no hay hora en que yo no muera!