Las superocheras, es un relato sobre mujeres latinoamericanas.
La cámara Super-8 revolucionó la industria del cine y con ello la del arte. Este formato cinematográfico que utiliza película de 8 mm de ancho, de ahí su nombre, nació pensado para el mercado doméstico, que en manos de aficionados y de modestos cineastas alcanzó un nivel que no se esperaba, e incluso cambio la forma de hacer video.
Con esta nueva posibilidad de registrar imágenes, nuestra forma de ver el mundo también dio una vuelta histórica, ahora se trataba de personas con un deseo de crear y con la posibilidad técnica de hacerlo a su manera, con sus propias reglas y estéticas, así como con sus propias temas y recursos, que en manos de mujeres latinoamericanas parecía un enigma.
La exposición Superocheras que se exhibe en el Museo Universitario del Chopo, es posible ver 26 filmaciones que se recogen la mirada de 20 creadoras que le dieron cabida al teatro, el documental, la instalación y el performance. Las mujeres con posibilidad de adquirir un artefacto portátil a un precio accesible, y registrar en video lo que su imaginación les sugería.
“El primer filme latinoamericano data de 1967, preámbulo de los movimientos feministas. Hasta entonces el cine era un medio muy masculinizado y ello explica el que muchas artistas aprovecharan esta nueva tecnología para crear algo nuevo, explica Regina Tattersfield, investigadora del Museo Universitario del Chopo.
La pieza Caída libre de la chilena Rosario Cobo, quien en 2013 arrojó al vacío una Canon desde el carrillón de la Torre Insignia, es la pieza que abre Las superocheras; que más que seguir un orden cronológico, consta de una serie de núcleos temáticos donde las grabaciones reflejan aspectos diferentes del quehacer artístico. A partir de la lectura El cine súper-8 en México. 1970-1989, de Álvaro Vázquez Mantecón; Regina Tattersfield notó que prácticamente no había mujeres en él, si acaso se mencionaba a la mexicana Silvia Gruner, por lo que decidió hacer una investigación propia a fin de llenar estas lagunas, lo que la llevó a hurgar, literalmente, en los armarios de decenas de creadoras.
Este material de archivo medial, junto con otras piezas, es la primera vez en ser exhibido; por lo que surge la posibilidad de generar múltiples entrecruzamientos e interpretaciones desde la historia del sujeto que las mira. Gracias al testimonio de artistas como Lourdes Grobet, Tattersfield afirma que el Súper 8 formó parte de un evento artístico mucho más amplio, dispuesto en el archivo del proyecto vanguardista De mugir a mujer (Casa del Lago, 1984) en el que participaron artistas e intelectuales como Ariela Ashwell Margie Bermejo, Patricia Cardona Berta Kolteniuk, Marcela Rodríguez y Ethel Krauze, entre otras.
El primer núcleo de la exposición lleva por nombre Autogeografías y narra cómo la mujer latinoamericana se conecta con sus raíces prehispánicas y cuenta historias a partir de ello, lo que además de servir como pretexto para repasar las nacionalidades de las autoras: México, Cuba, Brasil, Chile y Argentina, permite observar los cambios en la región a lo largo de las últimas cinco décadas.
“Al empezar esta investigación me di cuenta de que, en nuestro país, las mujeres comenzaron a usar la Súper-8 para experimentar en la década de los 80; por su parte las argentinas ya habían hecho esto en los 70 y las brasileñas en los 60, así que este trabajo no sólo relata parte de la historia de estas creadoras, sino que es un retrato de cómo la Súper-8 se fue abriendo paso en América Latina”.
La segunda estación del recorrido es Cámara-espejo y es el registro de cómo ellas utilizaron estos aparatos para retratarse a sí mismas o a sus colegas y familiares, dando pie a ficciones, imágenes poéticas y a narrativas coloquiales, provocando así la única reacción posible de alguien al colocarse de frente a un espejo: la reflexión.
La tercera sección, Subir el volumen, es un paseo por la historia, pues aprovecha el hecho de que, en un principio, la Súper-8 no grababa sonido, pero luego se le anexó un micrófono, para aludir así al hecho de que las mujeres, tras un largo silencio en demasiadas esferas sociales, comenzaron a empoderarse a nivel discursivo, a ganar lugares políticos, a ser escuchadas y a elevar cada vez más su voz.
La siguiente parada es Situar lo cotidiano, colección de instantáneas donde Vivian Ostrovsky da testimonio del culto al cuerpo de los brasileños en la playa de Copacabana, la mexicana Ximena Cuevas filma a una mujer en lucha con un electrodoméstico, y la tapatía Dalia Huerta comparte la relación erótico-afectiva de una pareja.
El último núcleo, Apropiación documental, habla de cómo el arte contemporáneo se hermana con el surrealismo o el dadaísmo al usar documentos reales como vehículo de expresión. En este apartado destaca la pieza Una familia ikoods (1988) de Teófila Palafox, artista de origen huave a quien el Instituto Nacional Indigenista (hoy Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas) le encargó fotografiar a la gente de San Mateo del Mar, comunidad costera a la que ella llegó cargando con su cámara Súper-8.
Exposición Las Superocheras
Dónde: Dr. Enrique González Martínez 10, Santa María la Ribera.
Cuándo: Miércoles a domingo, 11:30 a 19:00 hrs.
Cuánto: $30 general; $15 estudiantes, maestros, UNAM e INAPAM con credencial vigente
Miércoles entrada libre a exposiciones