La historia de la cárcel de Belem es una historia de las cárceles contemporáneas.
El Recogimiento de San Miguel de Bethlem para mujeres pobres, viudas y solteras, en el barrio de Belén, se fundó en la época virreinal en 1683, por el padre Domingo Pérez Barcia como una casa de asilo. La casa se terminó en 1686, durante el gobierno del virrey Conde de Paredes. Al inicio contó solamente con 2 mujeres, pero al año siguiente ya eran 50 y siguieron aumentando, hasta llegar a más de 300 con los años; mantenidas gracias al patrocinio de los caballeros Juan Pérez Gallardo y Juan Chavarría Valera.
Con el tiempo, la casa decayó y el recinto albergó a las religiosas de Santa Brígida, y en 1751 se convirtió en el Colegio de Niñas de San Miguel de Bethlem, para niñas pobres, conocido como San Miguel de las Mochas. Desarrollándose hasta llegar a ser una institución enorme, la que fue clausurada ya en el siglo XIX por las Leyes de Reforma en 1862, dándose el edificio como pago al Ayuntamiento de la Ciudad y pasó a formar parte de la Dirección General de Beneficencia del Ministerio de Justicia.
Para sustituir a la ya poco funcional cárcel de La Acordada que se hallaba frente a La Alameda, se eligió el lugar de Belén para una nueva prisión a la que se trasladaron a los reos en enero de 1863. El edificio tenía una fachada neoclásica, resguardada por 6 columnas jónicas, que unos años después custodiaría un medallón con el águila imperial.
Al inicio, la prisión tenía un cupo máximo de 600 reclusos; para 1879 había 2,000, entre ellos 300 mujeres, y hacia 1890 eran 7,000. Hubo incluso una sección para infractores menores de edad.
A la Cárcel se le construyeron nuevos espacios; por ejemplo, el “Departamento de los Pericos”, que albergaba a jóvenes menores de dieciocho años. Otro espacio estaba formado por una serie de celdas separadas que los reos alquilaban si podían pagarlas; había celdas de primera y de segunda clase, estaban amuebladas y eran higiénicas. El espacio llamado de “providencia” (la antigua capilla del Colegio de Niñas) estaba destinado para policías presos por corruptos, y para delincuentes de crímenes atroces. A los “separos” iban a parar los que cometían atropellos a la disciplina.
La prisión contaba con siete patios, cada uno con su respectiva fuente. De tal manera que el número total de secciones del edificios ascendía a 116 piezas, dentro de las cuales quedaban comprendidas los talleres, las escuela, la enfermaría, la cocina, la atolería, el sitio para las visita, la bodega para los alimentos, entre otras… una barbería, un cuarto de Archivo, otro para el jefe de vigilancia, un cuarto para el presidente mayor, otro igual para la presidenta y un salón de visitas.
A pesar de tantas expectativas que se pusieron en la nueva prisión, muchos presos se fugaban, no tenía la capacidad de albergar más allá de mil presos, las galeras eran sucias, oscuras, y faltas de ventilación; todo el edificio era húmedo, no había excusados y los presos debían hacer sus necesidades en barriles colocados en las galerías, y la aglomeración humana era insoportable, pues a finales del siglo XIX había mil ochenta y seis presos. Setecientos cincuenta hombres, doscientos noventa y cinco mujeres, más cuarenta y un niños.
Debido al hacinamiento y a las condiciones insalubres de la Cárcel de Belem, las enfermedades proliferaban; las más comunes eran la sarna, las fiebres intermitentes, diversas enfermedades de la piel, las enfermedades venéreas, la anemia, las neuralgias, el escorbuto, y las enfermedades estomacales. Aunado a las condiciones poco higiénicas de la cárcel, se encontraba el fantasma de la desnutrición que asolaba a los presos; su alimentación era sumamente escasa.
Los presos, por la mañana y por la tarde se les daba atole y un pambazo, y al medio día un caldo detestable, una sopa de arroz quebrado mal hecho, dos piezas de pan y un pedazo de carne o hueso según lo que la casualidad destina a cada infeliz de aquellos. Como no se usaban trastos para el servicio, a veces recibían el caldo en el sombrero, o en una vasija sola para tres o cuatro.
La cárcel de Belem estaba dividida en 4 departamentos: el principal era el patio de los hombres, les enseñaban escritura, lectura y aritmética. El patio de la Providencia destinado a separos de gente de la policía y gendarmes, con un área para enseñanza primaria. Se establecieron talleres de herrería, trabajos de reparación de carrocería de vehículos, carpintería y telares.
Para la realización de las labores de los talleres se ocupaban alrededor de 300 presos. El trabajo no era obligatorio y prevalecía la holganza y la ociosidad. Solamente los sentenciados eran obligados a trabajar y no se sabe si recibían retribución económica alguna. Belem también fue conocida como Cárcel Nacional o Municipal existiendo tres áreas muy definidas: para detenidos, para encausados y otra para sentenciados.
En el mes de diciembre del año de 1887, había en esa cárcel 1432 seres humanos presos, 1119 varones y 313 mujeres de las cuales varias de ellas ahí tenían a sus hijos. No había camas ni catres, dormían en el suelo sobre cartones o petates que les procuraban sus familiares; andaban casi en harapos, semidesnudos, pues la prisión no los dotaba de vestimenta. La alimentación era miserable y si los presos o las presas no tenían trasto para recibir su comida, ésta les era arrojada sobre su sombrero.
Eran constantes las riñas y muertes, la presencia del alcohol al interior de la cárcel y de todo tipo de narcóticos. En ese año de 1887, más del 50% eran encausados, el resto sentenciados y de éstos, 38 estaban condenados a la pena de muerte; ejecuciones que se llevaban a cabo por fusilamiento en un lugar –al interior de la prisión- de piso de tierra, sin planta alguna y que los presos lo conocían como el “patio del jardín”.
Aun así la Cárcel de Belem siguió funcionando hasta que el 29 de septiembre del año de 1900, se inauguró la cárcel de Lecumberri, y los presos de Belén fueron trasladados de poquito en poquito a la nueva penitenciaría. En 1933, el edificio de Belem se demolió, y un año después se construyó el Centro Escolar Revolución, inaugurado por el entonces presidente Abelardo L. Rodríguez, y adornado con pinturas de los alumnos de Diego rivera, con vitrales de Fermín Revueltas.
Con la construcción de la Penitenciaria de Lecumberri, la cárcel de Belem con su secuela de peste, tifoidea, piojos y ratas, fue cerrada en 1933, mismo año en que el antiguo edificio fue totalmente demolido, para en su lugar construir uno de los centros escolares más modernos de su época.