Antes de ser una de las calles más importantes de la ciudad, la Avenida Juárez era un solitario pantano.
Es sabido que durante el siglo XVI el virrey Luis de Velasco mandó construir la Alameda Central, para ser específicos, en 1592. Se trataba del parque público más importante de la Nueva España, e inclusive se posicionó como el primero de toda América Latina.
Para que los capitalinos pudiesen disfrutar de aquel hermoso paseo, se inauguró una calle por la que los transeúntes pudieran arribar a éste. Sin embargo, y por razones que no se conocen ni comprenden, aquel nuevo camino era eludido por casi todos. A decir verdad, crónicas antiguas sugieren que únicamente los pobladores que vivían cerca del convento de San Francisco aprovechaban esta calle.
Lo hacían todos los viernes por la tarde, para celebrar el Vía Crucis. Lo cierto es, que la hoy avenida era más bien un camino lleno de lodo, que con las periódicas lluvias empeoraba cada vez más.
Para el siglo XVIII, la ciudad comenzaba a proliferar, y no solo eso, sino que también avanzaba en materia infraestructural. Mientras tanto, aquella calle del Centro Histórico continuaba siendo evitada por los capitalinos, y fungía únicamente como un recorrido con fines religiosos.
Pero paradójicamente, esta calle se convirtió en el punto de reunión idóneo para los encuentros amorosos. Por las noches, el camino se tornaba sumamente solitario, y desde luego, oscuro. Por este motivo, los impúdicos lo elegían para las “torpezas”, un término novohispano que se utilizaba como sinónimo de “sexo”.
Entonces, la Alameda Central, los religiosos y hasta los profanos eran los únicos que estaban en la calle pantanosa.
Pronto una plaga de mosquitos ahuyentó a los capitalinos de la Alameda. Las calles lodosas se conocían como Corpus Christi, Calvario y Patoni. Y sobre éstas, quedaban pocos edificios. Uno de ellos era una parroquia, que Guadalupe Victoria mandó demoler porque se había alejado demasiado de su inicial vocación. Aquella capilla, llamada el Calvario, ya nada más abría por las mañanas para ejecutar a los reos de una cárcel cercana.
El 15 de julio de 1867 el ejército liberal entró a la Ciudad de México por la calle que más tarde llevaría la nomenclatura de “Benemérito”. Benito Juárez fue celebrado por toda la ciudad con un gran banquete en el sitio donde Porfirio Díaz mandaría levantar el famoso Hemiciclo. Y a partir de aquel momento, el destino de la Avenida Juárez cambiaría por completo.
Hoy por hoy, es una de las calles más importantes y relevantes de la urbe. En sus costados se erigen afamadas construcciones y recintos museísticos, que día con día se vuelven testigos de la idiosincrasia que define la vida cotidiana de los citadinos.
Fuente: Hector de Mauléon, La ciudad que nos inventa.
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