Epigmenio González, el insurgente que ayudó a forjar a la patria y fue olvidado

Los hermanos González tuvieron una vida difícil.

 

Epigmenio González fue uno de los primeros insurgentes independentistas de la colonia española en México. Hoy en día casi está en el olvido. Tuvo una vida longeva pero trágica, no solo que lo alejó de su país natal, sino también de los libros de historia.

José María Ignacio Juan Nepomuceno Aparicio Epigmenio nace el domingo 22 de marzo de 1781, a las orillas del poniente de la ciudad de ese Querétaro que aún pertenecía a España, cuando su acueducto tenía la primera capa de estuco y las casas de los peninsulares ricos tenían esclavos; cuando las reformas borbónicas apretaban más el cinturón sobre las colonias hispanas y el saber leer y escribir no era siquiera imaginado para la gente pobre como él.

 

 

Epigmenio González fue dueño de una tienda de abarrotes localizada en la plaza queretana de San Francisco. Participó activamente en las tertulias literarias organizadas en la casa del corregidor Miguel Domínguez, donde comenzó a trazar un plan de independencia cuyo objetivo primario era la creación de una Junta de Gobierno. Sus principales integrantes fueron: la esposa del corregidor Josefa Ortiz, Miguel Hidalgo y Costilla, Juan Aldama e Ignacio Allende .

Epigmenio, junto a su hermano Emeterio, simpatizaron y cooperaron con la causa insurgente fabricando y almacenando cartuchos en su domicilio; antes de esto, vendían cueros de res, zaleas de borrego y oveja, pieles de chivo y cabra, sebo, manteca, gallinas y pollos, maíz, frijol, cebada, chile, garbanzo, trigo, paja, jarcia, carbón, leña, piloncillo de la sierra, tuna de todas clases y, además de ofrecer las novedades del mercado del Parián de Ciudad de México, delicias de criollos, peninsulares y de las cocinas conventuales.

 

 

Emeterio, luego de años de estar preso murió en los calabozos. Esto ya que el 13 de septiembre de 1810, fueron denunciados por Francisco Buera ante el cura Rafael de León. El viernes 14 de septiembre, justo en el levantamiento de la independencia de nuestro país, ambos hermanos fueron aprehendidos y trasladados a la Ciudad de México.​

Apresado Epigmenio González, se le descubrió cómplice de un levantamiento que tenían premeditado varios individuos. En su casas se encontraron balas y cartuchos, según refirió Francisco Javier Argomániz, vecino de la ciudad de Santiago de Querétaro en el año de 1810.

 

 

El diario de Francisco Javier Argomániz se volvió un documento histórico, que decía que el corregidor don Miguel Domínguez correría la misma suerte de ser aprendido al igual que otros vecinos de su ciudad natal. En dicho diario quedarían plasmadas las noticias de que se iba enterando por periódicos, chismes o por ser testigo.

En el diario también contaba con pocos detalles cómo atacaron los independentistas la ciudad de Celaya; cómo murió el “revoltoso” cura Miguel Hidalgo y que habían encontrado documentos en la celda de Epigmenio. Documentos por los que sería condenado a muerte por andar incitar a la gente a levantarse en armas desde la cárcel, en lugar de haberse acogido al indulto real y recuperar su libertad, sus bienes, su buen nombre y su buena posición social, como súbdito responsable y formal de la Corona española que había sido, desde que heredara la famosa tienda La Concepción, en pleno centro de la ciudad queretana, frente a un imponente conjunto franciscano.

 

 

 

Epigmenio, a pesar de su encierro, desde la cárcel sigue participando en la conspiración de Ferrer, en la misma ciudad de México, y al ser descubierto de nuevo, fue conminado a revelar los detalles de la conspiración pero guardó silencio y rechazó el indulto ofrecido.

Mientras la lucha por la independencia seguía a lo largo de la Nueva España, los hermanos González solo iban de cárcel en cárcel. Emeterio muere en 1813 en un calabozo y, un par de años después, a don Epigmenio le encuentran un panfleto que la Santa Inquisición refirió como “libelo infamatorio, incendiario, cismático, fautor de herejía, respectivamente herético en algunas proposiciones y sumamente injurioso y ofensivo al Santo Oficio”, por lo que lo condenaron a muerte.

 

 

A punto de llevarse a cabo la sentencia contra Epigmenio, llegó un correo a Querétaro que trae una orden judicial, en la que se permuta la pena de muerte por el exilio en las islas Marianas (en el Pacífico) por diez años, los que devinieron en veinte pero en las Filipinas, al sur de la lejana China.

La historiografía oficial da cuenta de las batallas y los altibajos sucedidos durante los once años que duró la guerra, pero habría que rascar un poco más para enterarse de qué es lo que sucedía en otros frentes, como en los calabozos de la ciudad de Querétaro, en los interminables juicios por infidencia, en las ejecuciones por fusilamiento, en la horca o la biepicota, además de la mutilación de miembros en la Plaza de Armas, donde aún se encuentra el Palacio de Gobierno.

 

 

Primero llegó a Japón y de ahí a las islas Marianas y finalmente a Filipinas, archipiélago compuesto por más de cinco mil islas e islotes, donde los idiomas ilocano, tagalo y docenas más serán los que escuchará durante los siguientes veinte años. Los presos en aquellas islas son los que la Corona española consideraría más peligrosos y dignos de arrinconar, hacinados y enojados: piratas, asesinos, estafadores, violadores de diferentes nacionalidades, como ingleses, franceses, holandeses, chinos, hindúes, malayos y otros.

En 1821, al consumarse la Independencia de México, permaneció en Filipinas, pues ese territorio todavía dependía de España. En México se le daba por muerto; un callejón frente a la Plaza de Armas de Querétaro llevaba su nombre desde 1827; su pensión por servicios prestados a la patria la cobraban entre su prima y aquellos niños huérfanos que recogiera. Aunque había sido nombrado Benemérito de la Patria él seguía vivo al otro lado del mundo.

 

 

Fue en 1836, dos años después de firmarse el Tratado de México con España, cuando Epigmenio finalmente pudo regresar a su patria, estaba enfermo, renco y no tenía como regresar a México. Pero consiguió de las autoridades de Filipinas pasaje para España y allí, tras buscar por todos los medios, un comerciante se compadeció de él y le prestó dinero.

Cabe destacar el poco reconocimiento a éste héroe conspirador original de los inicios de la independencia de México, al regresar a su patria en 1838 nadie lo recordaba. En 1839, el entonces presidente Nicolás Bravo lo nombró vigilante de la Casa de Moneda de Guadalajara.

Un periodista lo conoció y Epigmenio pudo contar su historia al periódico “La Revolución” en 1855. No obstante, falleció el 19 de julio de 1858, a los 80 años de edad.​ El 13 de septiembre de 1989 fueron trasladados sus supuestos restos al Panteón de los Queretanos Ilustres.