Conoce la historia de Gilberto Bosques, el Schindler mexicano.
Gilberto Bosques Saldívar es un poblano de la ciudad de Chiautla de Tapia, nacido el 20 de julio de 1892. Fue profesor, periodista, político y diplomático mexicano cuya labor en la Francia ocupada por la Alemania Nazi salvó la vida a más de 30 mil refugiados, y ha sido relacionada con la del empresario alemán Oskar Schindler,12 famoso por la película de Steven Spielberg.
Más conocido como el Schindler mexicano, también fue combatiente en la Revolución Mexicana, defensor de la soberanía nacional, político progresista y diplomático distinguido por su pasión por México y su extraordinaria labor humanitaria.
Como Cónsul General de México en Francia, durante la Segunda Guerra Mundial, cuando se dedicó a coordinar las tareas de obtención de visas de tránsito y pasajes de barco para miles de refugiados de la guerra civil española, judíos alemanes y austriacos que huían del exterminio nazi, y perseguidos políticos de otras nacionalidades. Según diferentes cálculos, cerca de 30.000 personas salvaron su vida y encontraron refugio en México gracias a la ayuda de este gran hombre que supo poner la diplomacia al servicio de la libertad.
Maestro de vocación y traductor, Gilberto Bosques Saldívar también dirigió el diario El Nacional, además de que fundó y escribió en multitud de revistas revolucionarias; de líder estudiantil maderista pasó a encargarse de la reforma educativa en los estados de Campeche, Yucatán y Tlaxcala bajo las órdenes de Venustiano Carranza, y luego a diputado de Puebla y a responsable de Geográfica Económica del Ministerio de Industria ya en los años 30.
Es en 1938, y nombrado por Lázaro Cárdenas, cuando llega a París con cargo diplomático. Cárdenas tenía depositada en él una gran confianza. El gobierno de Lázaro Cárdenas ya se había movilizado para entregar armas al ejército republicano durante el conflicto civil español, garbanzos y lentejas al pueblo, base de la alimentación racionada del bando vencido.
Cuando en 1939 estalla la Segunda Guerra Mundial en Europa, hay cerca de 500.000 refugiados españoles errantes en Francia a los que la guerra europea atropella de nuevo. Muchos malvivían al raso o en cabañas de urgencia en campos de internamiento como los de Argelès-sur-Mer, Saint Cyprien, o entre la polvareda de la fábrica de tejas de Les Milles, en Aix, Provence.
El primer paso para ayudar a los refugiados diseminados por los campos de internamiento franceses fue la creación del Servicio de Evacuación de Republicanos Españoles (SERE), por medio del cual se canalizaría ayuda a los españoles tanto en los campos como en el viaje hacia México. El dispositivo nacía bajo la órbita de Juan Negrín, último presidente democrático que tendría España en 40 años.
Ante el SERE, el candidato al exilio tenía que justificar su condición de español y de refugiado político. En 1939, al estallar la Segunda Guerra Mundial, unas 230 mil personas en suelo francés estaban en condiciones de alegar esta situación. El problema es que muchas vivían en los campos de internamiento del sur de Francia y el acceso a estos inquilinos incómodos dependía de la buena voluntad de los responsables de policía, aun cuando el estado francés anhelaba desentenderse de un problema que lo sobrepasaba.
El cuerpo diplomático mexicano envió a los 18 campos de refugiados inspectores con folletos informativos con las condiciones para emigrar a México. La tarea requería cierta urgencia y mucha prudencia porque los mexicanos no eran los únicos que trataban de que los exiliados abandonasen los campos: los enviados de Franco hacían su trabajo al mismo tiempo, pero argumentando las bondades del retorno a España. Bosques no podía decirles a los exiliados que no escucharan a los franquistas, pero informando que México estaba dispuesto a ayudarlos y que les facilitaba los trámites les advertía de alguna manera de que no debían regresar a España.
Entre mayo y septiembre de 1939 parten hacia México los primeros barcos con refugidados: el Sinaïa, con 1,599 pasajeros a bordo, el Ipanema, con cerca de 1,000 refugiados, y el Mexique, con más de 2,000. En septiembre de 1939 el inicio de la Segunda Guerra Mundial suspende las evacuaciones. Las largas listas de espera llegaron a causar cierto malestar, pero Bosques no era partidario de hacer distinción entre exiliados políticos, intelectuales y republicanos de a pie. Era muy consciente de que México necesitaba tanto a obreros como a intelectuales.
En verano de 1940, y tras la ocupación nazi de París, Gilberto Bosques abandona las oficinas de la Embajada de México en la calle Longchamps de París. Su destino será Marsella, una ciudad “libre” de la ocupación nazi pero presa de un gobierno colaboracionista, el del mariscal Pétain, y de espías alemanes o de países aliados, como Japón, que se instalaban en los mismos edificios donde los consulados organizaban con la respiración contenida la huida de las previsibles víctimas. Allí se establece el consulado, mientras que la delegación mexicana, a cargo del embajador Luis I. Rodríguez, lo hará en Vichy.
La política contra los judíos se recrudece y refugiados de toda Europa llaman a la puerta de Bosques pidiendo auxilio. Todo aquel que justificaba su condición de refugiado obtenía inmediatamente una carta que, al menos en teoría, lo protegía de extradiciones o detenciones arbitrarias. Para evitar que miles de refugiados fueran a parar dentro del programa gubernamental que forzaba a los extranjeros a integrarse en trabajos púbico, y que llenó las obras públicas y las minas de refugiados, Gilberto Bosques organizó también un servicio de empleo con empresas interesadas en la contratación de los exiliados.
El consulado mexicano pagaba a diario la comida de 2.500 refugiados en una veintena de restaurantes de Marsella. También se habilitaron los castillos de La Reynarde y de Montgrand, dos casonas abandonadas de Marsella convertidas en territorio diplomático a finales de 1940, como residencia de unos 500 refugiados republicanos españoles. El cónsul responde también ante refugiados procedentes de Austria, Polonia o Alemania que huyen del antisemitismo. Pero en este caso el gobierno mexicano impondrá límites estrictos: los judíos pueden venir a México pero tendrán que comprometerse por escrito a no quedarse. El documental Visa al paraíso de Lillian Liberman ofrece numerosos testimonios de estas familias judías que alcanzaron México con la ayuda de Gilberto Bosques.
En noviembre de 1942, Marsella es ocupada por los alemanes. Las oficinas de la legación mexicana en Vichy son asaltadas por los nazis y Gilberto Bosques es llevado a Bad Godosberg, en Alemania, donde experimentará 13 meses de reclusión, hasta marzo de 1944. En Abril de 1944 es trasladado a Lisboa, donde forma parte de un canje por diplomáticos alemanes que habían sido capturados por los aliados.
Al regresar a México, en la estación de ferrocarril, miles de refugiados que gracias a él obtuvieron su “visa al paraíso”, lo esperaban para brindarle su más cálida bienvenida. Atrás quedaban 20 mil republicanos exiliados en México, 30 mil visados concedidos y más de 120 mil refugiados españoles atendidos en alguna de las modalidades de ayuda del consulado mexicano.
Aparte de la firmeza en sus convicciones y en los valores que defendía, lo que más impresionó de Gilberto Bosques fue su modestia. Cuando se le hablaba de todo lo que él había hecho para ayudar al prójimo, a la gente perseguida, a los refugiados, él decía: “¡Si no fui yo solamente, fue México!”.