El muralismo mexicano es, probablemente, la manifestación artística de nuestro país que más ha trascendido fronteras e influenciado artistas internacionales.
“Vida Americana: Los muralistas mexicanos rehacen el arte estadounidense, 1925-1945” es la nueva exposición del Museo Whitney de Arte Estadounidense. Explora la gran influencia que tuvo el muralismo mexicano en la producción artística de nuestro vecino del norte. Todo comenzó en la década de 1920, cuando México se encontraba en un proceso de reconstrucción después de la Revolución. La necesidad del gobierno mexicano de establecer una identidad nacional era apremiante.
Imagen de: whitney.org
Querían enfatizar las raíces indígenas y prehispánicas del país, además de las gestas heroicas de los caudillos revolucionarios. La mejor manera de llevar esto a cabo fue a través del arte. Pero no cualquier arte: el medio seleccionado fue la pintura mural, porque era monumental, accesible y del dominio público. Era radicalmente opuesta al arte que se había producido en México los años anteriores: elitista, reservada y conservadora.
El muralismo mexicano quería mostrar ante su propio país y ante el mundo que México se levantaba. De inmediato, surgieron tres figuras que, hoy en día, son el prototipo del artista mexicano. José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros y Diego Rivera comenzaron a escribir su historia en estos años. La admiración que suscitaron sirvió como inspiración para una nueva generación de artistas estadounidenses.
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En Estados Unidos también había crisis: los fracasos del capitalismo y la creciente desigualdad en el país obligó a sus artistas a hacer algo al respecto. Y qué mejor punto de partida que el muralismo mexicano, personificación de la resistencia y la identidad nacional. Pintoras como Everett Gee Jackson no se hicieron esperar; muestra de ello es su escena de mujeres que recogen nopales, la cual es parte de la exposición.
Jackson, incluso, vivió en México durante cuatro años, después de una excursión artística. Después de ver los murales de Diego Rivera, hizo todo lo posible por emular su estilo. Generar conciencia social se convirtió en la misión de estos jóvenes artistas, sobre todo con la cercanía de la Segunda Guerra Mundial y después de la caída de la bolsa de valores de Nueva York. Este flujo de intercambio no se detuvo; Orozco llegó a Estados Unidos en 1927, y su llegada ayudó a definir la obra de uno de los grandes artistas estadounidenses: Jackson Pollock.
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Por encargo de la Universidad de Pomona en Claremont, Orozco pintó un fresco llamado “Prometeo”, que afectó profundamente al joven pintor de Wyoming. Varias de sus pinturas, con características lívidas y amenazantes, denotan hasta qué punto “Prometeo” impresionó a Pollock. Ahora, en la exposición del Museo Whitney, podemos observar las obras de los dos, contrastantes y complementarias.
Sin duda, el flujo de intercambio de ideas entre México y Estados Unidos ha ayudado a definir la historia artística de los dos países. Si bien el muralismo mexicano es el mejor ejemplo de ello, el contacto y la admiración mutua no han cesado. Esto debe mantenerse: la solución no es crear muros para separarnos, sino tumbarlos para crecer simultáneamente. Es a través del entendimiento y la compasión que los problemas que aquejan a los dos países, y a la humanidad en general, pueden resolverse.
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*Imagen destacada de: Newsweek México