Tlalocan: paraíso de las ofrendas mexicas

El Tlalocan está pintado y descrito como un increíble paraíso.

 

 

Tláloc es uno de los dioses más importantes del panteón azteca: dios de la lluvia, el agua, los rayos y la agricultura. En el mito de la creación azteca, los orígenes del dios comparten muchas similitudes con el dios olmeca IV y el dios maya B o Chac.

EL Tlalocan es el “lugar de Tlaloc “, que se describe en varios códices aztecas como un paraíso gobernado por la deidad de la lluvia Tlaloc y su consorte Chalchiuhtlicue. Absorbió a los que murieron ahogados o relámpagos, o como consecuencia de enfermedades asociadas con la deidad de la lluvia.

 

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Tlalocan también ha sido reconocido en pinturas murales de la cultura teotihuacana y en la costa del Golfo; sobrevive como un concepto que abarca todo el mundo subterráneo y sus habitantes. En el Códice florentino, un conjunto de volúmenes del siglo XVI que constituyen una de las principales fuentes de información sobre las creencias; Tlalocan se representa como un reino de primavera interminable y una abundancia de follaje verde y plantas comestibles.

Tlalocan es el primer nivel de los mundos superiores o los Trece Cielos de los aztecas, que tiene cuatro compartimentos de acuerdo con las cosmografías míticas de los pueblos de habla náhuatl del centro de México, señalados particularmente en los relatos de la mitología azteca de la era de la conquista.

 

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Para los aztecas había trece niveles de los mundos superiores y nueve del inframundo. En la concepción de la vida futura, la forma de la muerte de una persona determinó cuál de estas capas sería su destino después de morir. Tlalocan fue considerado como el noveno nivel del Inframundo.

El Tlalocan estaba reservado para aquellos que se habían ahogado o habían muerto por manifestaciones de agua, por inundación, por enfermedades asociadas con el agua o por rayos. También fue el destino de la muerte de los deformados físicamente. El Tlalocan también es un destino inframundo y chamánico en sus prácticas religiosas modernas.

 

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La entrada chamánica en Tlalocan siempre se lograba por sueños con vías fluviales subterráneas o remolinos donde al despertar, el chamán-soñador contaba su recorrido por el Tlalocan en términos de ríos, carreteras y colinas contados numéricamente.

El Tlalocan es en esencia, un enclave apacible, repleto de vegetación en donde crecen toda clase de árboles frutales, también maíz, chía, frijoles y otras maravillas. La vida allí es plenamente feliz. Se guardan descripciones de la morada de Tlaloc en los escritos de Fray Bernardino de Sahagún que escuchara en palabras de los propios indígenas.

 

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Los Tlaloques, geniecillos que se situaban en las cuatro esquinas del mundo y donde se afanan para sostener unos jarros en donde se concentran diferentes tipos de lluvia: las que brindaban prosperas cosechas, las que las malograban, las que generaban heladas, las que producían tormentas, etc.

Según el mis Bernardino de Sahagún, el Tlalocan era descrito por los mexicas como un lugar lleno de felicidad. Tiempo después se descubrió en Teotihuacán un mural donde se veía representada esta descripción, y así se pudo conocer de manera gráfica, como se describe en el libro Mitos y Deidades del panteón náhuatl:

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“… Allí acudían las almas de los muertos fulminados por un rayo, ahogados, o por algún tipo de muerte relacionada con el agua. Era el Tlalocan un lugar de delicias, de perpetua alegría entre abundantes ríos y manantiales. Había toda clase de árboles frutales en permanente producción; abundaba el maíz, el frijol, la chía y toda clase de alimentos. En aquel jardín de delicias, las almas pasaban una existencia de juegos y descanso bajo los árboles en compañía de alegres camaradas y toda clase de manjares al alcance de la mano.”