Tlatelolco, lugar del sacrificio: el último de los grandes murales mexicanos

Este mural representa el ocaso de toda una generación de grandes artistas.

 

 

Tlatelolco, lugar del sacrificio es gran mural que se encuentra en el Centro Cultural Mexiquense, específicamente en la biblioteca. Fue creado por Arnold Belkin en 1989, presentado en el Palacio de Bellas Artes en la Ciudad de México, y más tarde comprado por el gobierno mexiquense en 1992.

Belkin es un canadiense fanático del muralismo mexicano, que llegó a los 18 años para hacer carrera en la Escuela Nacional de Artes de la UNAM, siendo estudiante de David Alfaro Siqueiros, pero a la muerte de los muralistas (Diego Rivera, Siqueiros y Clemente Orozco) se dice que Belkin renovó el movimiento artístico al plasmar referencias fotográficas y notas periodísticas a los murales.

 

Así sucede

 

Tlatelco… es una  referencia  al movimiento estudiantil mexicano de 1968, compuesto por tres paneles portátiles de acrílico sobre tela. El primer panel de la izquierda representa los presagios de la conquista de Tenochtitlán, al centro se puede ver la masacre estudiantil de 1968 y en el panel de la derecha los efectos del terremoto de 1985: tres traumas de nuestra nación.

El mural portátil tiene una iconografía por demás dramática, que invita a una reflexión de los colores que giran sobre estos acontecimientos traumáticos, busca preservar esa una narrativa de la sociedad mexicana, y expresar los modos en que se constituye nuestra memoria.

 

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El mural tiene la capacidad de evocar esos sitios simbólicos de resistencia política, debido en gran parte a su método creativo con el que renovó la tradición de la pintura mural en México, imprimiendo un estilo de movilidad a las situaciones históricas con las que podemos identificarnos como público, a pesar de que es el retrato crudo de una violencia militar ejercida en contra civiles del siglo XX.

Está bueno recordar que el cuadro evoca de manera simbólica y hasta inconsciente, otros golpes del estado, como son el golpe militar en Chile de 1973, La matanza en la universidad estatal de Kent, y la muerte de Zapata, Rubén Jaramillo. Esto se ve ya que su reconstrucción histórica fue apoyada por documentos orales, visuales, y escritos, en el que Belkin fue recopilando y elaborando con sus conocidos y con los actores del evento.

 

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Las profundas investigaciones documentales que inspira a las obras de Belkin son una de las mayores características de toda su obra. Con esas investigaciones,

sustenta su iconografía, motivos, causas y revoluciones; sin dejar atrás, que a esto se le incorporan fragmentos de fotografías de prensa de la masacre estudiantil, a través de su característico método de la trasposición plástica-fotográfica.

 

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Así es como Belkin logró expresar su gran proceso creativo, sensibilizando sobre las vivencias y memorias de la gente, así como las memorias sociales. Hay un dejo de nostalgia revolucionara en todo el mural, una yuxtaposición de las temáticas que permean todo el siglo XX en México, y sobre todo de los grandes muralistas.

Este mural tiene gran importancia pictórica, pero más bien poética. Le hace justicia a todo el siglo XX, a sus temáticas, al ruido, a la esencia y carácter revolucionario de una época que gritaba justica a todos los cielos, y que al final se quedó en una utopía que jamás regresará. Los hechos históricos, el imaginario y los sacrificios de una época están es estos grandes colores.

 

 

El mural, además, evoca esa sensibilidad teatral que el mismo Belkin le imprimió a varias representaciones dramáticas ya que diseñó alrededor de cuarenta escenografías y vestuarios, para muy destacados directores vanguardistas de su época, muy especialmente para Héctor Mendoza (1932-2010). Este mural está lleno de ese teatro épico-político con función social que también permeo al siglo XX.

 

Foto destacada: CCM Estado de México