Ch’oom: la leyenda maya de la negrura de los zopilotes

Esta leyenda también nos habla de la brevedad y subjetividad de la belleza.

 

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Aunque la fealdad puede ser subjetiva, para los mayas, los zopilotes realmente eran feos. Y además de que notaron que comían las sobras mosqueadas de otros animales, por lo que crearon una forma de explicarse este comportamiento.

Al ganar guerras, los mayas demostraban su poder con fiestas, mismas que se ofrecían a las deidades para agradecer o solicitar su favor, razón por la que un buen día, el poderoso gobernante de Uxmal, ofreció una fiesta a Hunab Ku, “El señor que nos da la vida”.

 

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Ostentosos platillos se mandaron a hacer, la abundancia de la selva y el mar debía llenar las mesas de una fiesta que se celebraría al aire libre para disfrutar la brisa marina que llega hasta acariciar las coronas de los árboles. El banquete fue entonces, servido en la terraza del gobernante.

Elevados sobre la selva, desde ahí se podía admirar la gran ciudad de Uxmal, inundada por los árboles tropicales en los que vivían todo tipo de pájaros, de entre todos los más bellos eran los ch’ooms, de plumaje multicolor y una cresta ondulada y brillante en su cabeza.

 

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Además de hermosos, eran glotones lo que los llevó a abalanzarse sobre el festín real que, a la espera de los invitados había quedado solo, pues el rey se encontraba vistiéndose. Las grandes aves devoraron todo antes de que alguien pudiera advertir su presencia.

El escándalo de los trastes cayendo, hizo que todos salieran a la terraza, pero ya era muy tarde. No hubo flecha o cerbatana que llegara tan alto como el vuelo de los ch’oom quienes desde lo alto se burlaban de la frustración del gobernante quien puso a los sacerdotes a buscar la venganza. 

 

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Los hechiceros dejaron caer sobre un comal, todas las plumas que encontraron tiradas, el calor de las brasas las tornó negras, opacas. Las cenizas restantes fueron mezcladas con un potaje tan negro como un caldo de frijol.

Un banquete fue vuelto a servir, esta vez, con los sacerdotes escondidos. Pronto se escuchó el revolotear de los ch’oom que, distraídos con los manjares, no alcanzaron a volar y fueron bañados de la preparación mágica y condenados con una maldición.

 

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“Por profanar el banquete para el padre que da vida, jamás volverán a probar alimento agradable y preparado, vivirán de la muerte y la basura”. Alzaron el vuelo para secarse al sol, pero Hunab Ku dispuso que el sol les calcinara la cresta que coronaba sus cabezas. Hechizados, vieron sus plumas teñirse de negro.

Bajaron a un cenote para refrescarse, con sorpresa, se vieron reflejados en el agua, calvos y de plumaje negro y reseco. Desde entonces, vuelan muy alto para que nadie se burle ellos, esperando que todos los animales terminen de comer para entonces bajar a alimentarse.

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