Apaches, una apasionante historia de resistencia incesante

De las guerrillas a las batallas ideológicas, los apaches siguen resistiendo la extinción.

 

Chihuahua, Coahuila, Durango y Nuevo México, alguna vez fue la Nueva Vizcaya por allá en la segunda mitad del siglo XVI, la zona tan alejada del centro de México tomó relevancia hasta el siglo XVII para explotar la tierra rica en plata, con lo que no contaban del todo fue con las poblaciones dueñas de esas tierras.

El inmenso norte de aquel México que aún no estaba dividido estaba habitado por diversas tribus nómadas y seminómadas, como los tepehuanes, los conchos y los tobosos, quienes ante la invasión presentaron hostilidad. Tras la batalla de 1680 estas tribus fueron exterminadas y las minas abiertas para la prosperidad del hombre novohispano.

 

 

 

Mientras tanto, los estadounidenses comenzaron su periodo de expansión hacia el oeste, empujando a las tribus locales hacia el sur, y así fue como algunos apaches llegaron a la Nueva Vizcaya. Los españoles no les dieron ninguna bienvenida, comenzando el mote de invasores para ellos y el resto de las tribus dueñas de la zona septentrional.

Todas estas tribus se consideran seminómadas por trasladarse de un lugar a otro dependiendo de la época del año, para ellos es importante no interferir con el ritmo de la naturaleza, no practicaban la propiedad privada así que su cacería y casi escaza agricultura fueron consideras como hurto para los ganaderos novohispanos, quienes fallaban en combatirlos.

 

 

 

Los apaches son en realidad una gran nación que se compone de tres grandes familias: N’dee, N’nee, y Ndé, también conocidos como chiricahuas-. Ellos se consideran en general como ndhé, el pueblo Ipa -figura mitológica dentro de su historia oral-, de ambos vocablos deriva Ipa-ndhé, que pasó a lypandé y de ahí a lipán. No obstante, la historia les dejó el nombre apachi, enemigo, que deriva del zuñi.

Los lipanes son comunidad que se asentó en Texas, Nuevo México y Arizona, en Estados Unidos, así como en Tamaulipas, Coahuila, Chihuahua y Nuevo León, en México, son la más pequeña división de las 6 conocidas en las que no se practica un sistema jerárquico, todos son iguales ante la naturaleza, misma que debe ser defendida ante cualquier depredador, no era de sorprenderse la fuerte resistencia que aún mantienen, hasta hoy, para conservar su presencia.

 

 

De entre tantas batallas la más recordada es la que fue liderada por Goyahkla, conocido comúnmente como Gerónimo, quien junto a un grupo de veinticinco lipanes se rebelaron causando terror tanto en México como en los Estados Unidos. Goyahkla logró mantener el control sobre Arizona, Sonora, el este de Nuevo México y de Chihuahua.

La historia de este pueblo fluctuó entre muchos intentos de paz que nunca prosperaban, guerrillas y otras propuestas de ambos gobiernos, tanto el estadounidense como el mexicano.

 

 

 

En la década de 1830 el gobierno estadunidense estableció la política del Sistema de Reservaciones Indias, que establecía que todos los nativos americanos debían abandonar sus territorios y emigrar, por las buenas o las malas, a reservas bajo custodia militar.

En México, tras la pérdida de Texas, Nuevo México y la Alta California por el Tratado de Guadalupe Hidalgo firmado en 1848, estos pueblos fueron duramente divididos, incluso el artículo XI de ese acuerdo establecía que Estados Unidos se comprometía a contener y castigar a las “tribus salvajes”. Para los primeros días del siglo XX, se asumía que estos pueblos ya estaban en las reservaciones o liquidados.

 

 

Mientras los estados del norte se encargaban de la eliminación de los Yaquis, pequeños grupos de lipanes fueron emigrando, lejos de las revueltas, hacia las montañas y sierras del norte de México, hasta llegar a Zacatecas, pero pagando el precio de la vida con silencio, camuflados y con la perdida de sus costumbres.

En realidad, este pueblo nunca se rindió, hubo muchas sangre derramada y no reconocida por la historia de ambos países, incluso, “la rendición sin salida” acaecida en 1886, no sucedió en Arizona, fue en Sonora.

 

 

Ángel Trías, gobernador de Chihuahua ofrecía recompensa por cada apache capturado o muerto, presentando el cuero cabelludo, en Sonora se ofrecían 100 pesos mexicanos por cada cabellera, 50 por cada mujer y 25 por cada niño. A estas atrocidades sobreviven 180 lipanes que aún en pleno siglo XXI no son reconocidos por los estados del norte mexicano ni por el INEGI ni por el Catálogo de las lenguas indígenas nacionales.

 

 

 

Han existido intentos por parte de los N’dee, N’nee, y Ndé estadounidenses y mexicanos por volver a reunirse, pero no ha sido fácil, la frontera entre naciones no ayuda a realizar la unificación de este pueblo dividido, que en los años noventa lo volvió a intentar, pero las personas asentadas en nuestro país no quisieron dejar su tierra, sin embargo, el lazo de identidad existe.

Y desde ahí es que los mal nombrados apaches continúan en su resistencia, reforzando y transmitiendo sus creencias.

 

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