La gran influencia del muralismo mexicano en el arte estadounidense

El impacto del arte mexicano está presente en la cultura estadounidense.

 

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Mientras México se reorganizaba después de la Revolución, la época de la Gran Depresión ensombrecía la economía y la sociedad norteamericana que ante la resección de su economía había perdido la fe en el “sueño americano”.

Así, con un panorama tan desalentador, las tierras estadounidenses recibieron en 1925 la llegada paulatina de José Clemente Orozco, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros, quienes, desde su propio estilo y contenido, llegaron, sin imaginarlo, a inspirar el arte y reanimar a la sociedad que no se sentía representada.

 

 

Una característica importante del arte posrevolucionario mexicano fue acercar el arte al público, vincularlo con aquellas grandes obras que hablaban de la vida nacional, expuesto públicamente en mercados, escuelas, mercados y oficinas del nuevo gobierno.

Los artistas norteamericanos quedaron fascinados con una estética que no recordaba a la europea y que narraba la vida del obrero a través de obras magnánimas que inevitablemente llevó a los artistas estadounidenses a conocer México.

 

 

Los “tres grandes”, pasaron largos periodos en Estados Unidos, sobre todo con la entrada de Plutarco Elías Calles, quien no estaba nada interesado en financiar al arte de vocabulario sociopolítico que además celebraba la tradición de los pueblos originarios.

Pero fue justo ese discurso el que los artistas norteamericanos querían conocer de cerca, aquella vida cotidiana -aparentemente- llena de color y tradición, aquella que ellos carecían y que vieron en murales, pinturas, litografías y grabados de Orozco, Rivera y Siqueiros.

 

 

La influencia que dejó el muralismo llevado a Estados Unidos entre 1925 y 1945 resultó decisiva para los artistas que buscaban conectarse con un público profundamente afectado por injusticias socioeconómicas expuestas por el colapso del mercado de valores.

Lo que no sabían estos artistas es que aquella vida ideal de los pueblos originarios estaba idealizada por las revistas norteamericanas y quizá mal interpretadas de las obras de los muralistas. Para ellos, aquella vida de las poblaciones mexicanas armoniosa con la naturaleza y sus tradiciones ancestrales.

 

 

Fue esa visión del México indígena que tomó el arte norteamericano para contrarrestar el desarraigo, el aislamiento de la vida urbana e industrial moderna y la obsesión por los logros individuales. Edward Weston, Tina Modotti, Sergei Eisenstein y Paul Strand, son algunos de los artistas que reforzarían esta idealización.

Tal fue el impacto, sobre todo de la obra de Rivera, que la prensa lo nombró “el mejor pintor de México” por retratar el espíritu de México, aunque en realidad la narrativa del mexicano no siempre fue cercana a la realidad, lo cual convertiría a sus campesinos y obreros en una especie de mitología.

 

 

En contra parte se encontraba su connacional, pero menos famoso, Orozco, que llamaba la atención por su representación trágica de la lucha por la liberación por medio de una narrativa de resignación y desesperación en lugar de esperanza.

Siqueiros, el más joven de los mencionados, heredó a los norteamericanos las texturas irregulares, las tonalidades oscuras y las formas prehispánicas, resumiendo en así la gran admiración que se les tenía en su arte revolucionario tanto en lo político como en lo estético.

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