Una fiesta que celebra al cuidado que nos tienen los dioses.
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Por casi dos siglos la sierra nayarita vio crecer una sociedad con vínculos políticos y rituales entre tepehuanes y huicholes, gobernados por una jefatura encabezada por el tonati y dos sacerdotisas. Pero los coras se mantuvieron al margen, independientes.
Este pueblo originario de la sierra nayarita mantuvo una importante autonomía política y religiosa entre 1857 y 1873, que les permitió reformular los rituales comunitarios a partir de la combinación de sus tradiciones religiosas con elementos del catolicismo.
Fue en esos años que se creó “El Costumbre”, una fiesta ritual que ruega por un perdón evidentemente católico pero a las deidades naturales en combinación con la jefatura que crearon tepehuanes y huicholes.
La celebración comienza una mañana, cuando los adivinos recortan muñecos de papel, figuras rituales antropomórficas que van guardando entre las hojas de un cuaderno mientras son acompañados por un violín y una guitarra que tocan sones sagrados.
Mientras los preparativos continúan las figuras descansan al pie del altar, donde las mujeres dedican reverencias a la cruz en un son que va de derecha a izquierda y luego al centro en repetidas ocasiones.
A los músicos que no han dejado de tocar se les unen las sonajas que tocan mujeres jóvenes, instante en el que uno de los dos adivinos llena de copal el sahumador. Los presentes comienzan una especie de danza de reverencias.
A un breve silencio sigue el son de La Virgen, cuyo nombre se relaciona con la deidad del agua. Las deidades han llegado, después de nuevas reverencias todos abandonan el templo, afuera solo las velas y la ropa blanca ilumina el lugar.
La adivina, parteras, sacerdotes, autoridades y vecinos se reúnen en una ceremonia que los librará de “los malos vientos” por medio de un ritual que mezcla costumbres y tradiciones muy antiguas, donde adora a la tierra que perdona los pecados.
Aquellos muñecos de papel son utilizados para hacer las limpias, después de ser usados se llevan río y en su lugar se enclava una cruz. Al mismo tiempo, las parteras lavan manos, terrones y mazorcas de todos los presentes, incluso sólo si son visitantes.
La celebración continúa entre sones dedicados a deidades y a los muertos, de vuelta al altar se coloca un mantel incensado donde el sacerdote hace una cama de “muñecos de viento, maíz y sombra”, se toca el son el que los músicos piden perdón al tiempo que se reparte café y licor para mantener el ánimo.
Los pollos que fueron bendecidos en el templo llegan a la choza -la seleccionada ese año- para ser entregados a las parteras quienes inician la siguiente fase de esta fiesta, que ahora toma un tinte gastronómico con el paseo que dan los padrinos a los tomates que sazonaran la comida.
Frijoles, tortillas y café son servidos a los asistentes. Pero la partera, los músicos y las doncellas de las maracas aún no descansan. Grandes ramos son entregados a las vírgenes quienes pedirán el gran perdón a la Sirena, al agua.
El son del Sereno se escucha. Los ramos se intercambian entre los adivinos, cada uno de ellos habla a la comunidad, se prodiga mutuo bien y se entregan los pollos.
“El Costumbre” termina después de dos días ininterrumpidos de danzas y ruegos.
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