Huehueteotl: el señor del fuego al que se le rindió culto en la antigua Mesoamérica

Huehuetéotl es el dios viejo del fuego a quien se le rindió culto en la antigua Mesoamérica.

 

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Xiuhtecuhtli, el “Señor de la turquesa” o “Señor del fuego”, representaba justo al dios del fuego, el día y el calor para la mitología azteca. Era también el señor de los volcanes, la personificación de la vida después de la muerte, el calor en el frío, la luz en la oscuridad y la comida durante el hambre.

También fue nombrado Cuezaltzin e Ixcozauhqui, y a veces se considera que es el mismo Huehueteotl “Dios Viejo”, aunque Xiuhtecuhtli se muestra generalmente como una deidad joven.  

 

 

 

Su esposa era Chalchiuhtlicue, y a veces se considera que Xiuhtecuhtli es una manifestación de Ometecuhtli, el Señor de la Dualidad, y según el Códice Florentino, Xiuhtecuhtli era considerado el padre de los Dioses, que habitaba en el recinto turquesa en el centro de la tierra.

Xiuhtecuhtli-Huehueteotl fue uno de los más antiguos y venerados del panteón indígena. El culto al Dios del Fuego, del Año y de la Turquesa quizás comenzó ya en el período Preclásico medio es por eso que un pequeño fuego se mantuvo vivo permanentemente en el centro sagrado de cada hogar azteca en honor a Xiuhtecuhtli.

 

 

Por este motivo frecuentemente lleva algunos atributos formados por mosaicos de turquesas, que eran características que usaban los reyes mexicanos. Residía en el centro del Universo y desde allí partían los cuatro puntos cardinales o rumbos del universo o quincunce, por lo que uno de sus símbolos era la cruz .

Incluso era muy frecuente ver que sus sacerdotes usaran la cruz como uno de sus atributos, que también es usada para decorar los grandes incensarios, llamados tlemaitl (manos de fuego).

 

 

Como varias deidades del panteón mexica Huehuetéotl podía convertirse, en su caso era una serpiente de fuego. Según la leyenda al momento de nacer, recibió el espíritu alentador de la Serpiente de Fuego Xiuhtecuhtli, para protegerlo y guiarlo.

Este tlemaitl también era el centro de la casa y de los templos indígenas. Este espíritu Nahual (de transformación), se manifiesta sólo como una imagen que aconseja en sueños o con cierta afinidad al animal que nos tomó como protegidos al nacer.

 

 

Se cree que la figura más antigua de Huehuetéotl corresponde a la cultura de Ticomán, del preclásico Mesoamericano, que vivía a orillas del lago de Texcoco, probablemente contemporánea a Cuicuilco.

La mayoría de los dioses aztecas eran adorados en rituales públicos y tenían reglas sociales / públicas. Pero Huehueteotl, parece haber sido una deidad doméstica responsable del mantenimiento del hogar y quizás de la preservación de la armonía familiar.

 

 

Los sacerdotes aztecas eran los encargados de mantener encendida en todo momento un fuego en honor a Huehueteotl. Un ritual público dedicado a Huehuetéotl fue el Hueymiccailhuitl, “gran fiesta de los muertos”, que ocurría cada 52 años (el siglo azteca). Para asegurar que el pacto azteca con los dioses se renovaría, las víctimas fueron drogadas, asadas vivas y se les cortó el corazón.

 

 

Mitología y Leyendas de Huehueteotl

 

Toxiuhmolpilia, “la atadura de los años”, era un ritual que se realizaba cada 52 años que presidía Huehueteotl. Durante esta ceremonia, a la víctima del sacrificio no solo se le arrancó el corazón todavía latiendo de su cuerpo, sino que se colocó un trozo de madera en su lugar y se le prendió fuego.

Solo si el fuego se incendiaba, habría fuego en el resto de la tierra durante los próximos 52 años. El papel de Huehueteotl en esto se debió a la creencia azteca de que, como un antiguo pilar del universo, el fuego de Huehueteotl se extendió por todo el mundo, uniendo los fuegos en cada hogar azteca y en cada templo azteca.

 

 

Allí encontraron figuras hechas en barro que representan a un anciano encorvado cruzado de piernas, con un gran brasero sobre la espalda. Su brasero representa el cráter del volcán que echa humo y arroja cenizas. El dios habita en su interior y tanto Cuicuilco como Copilco van a sufrir las consecuencias de este aspecto “negativo” de la deidad.

Los ríos de lava serán significativos en relación con los ríos y manantiales que vivifican, en tanto que los ríos de fuego destruyen. Esto nos hace recordar el símbolo de la guerra, el atlachinolli, que conjuga la dualidad de contrarios mencionada.

Foto destacada Jesús Sainz