La Calle de la Quemada tiene una peculiar historia que te dejará encantado.
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El Centro Histórico de la CDMX siempre vibra alto. Así que recorrer sus calles, iglesias, casonas y vecindades, es sinónimo de entregarse a sus historias, leyendas y secretos.
La calle de Jesús María narra una historia peculiar sobre una joven de 20 años de nombre Beatriz, que llegó a la ciudad de México en el siglo XVI en compañía de su padre, Gonzalo Espinosa de Guevara, procedentes de España.
Como sabemos, las calles del centro, así como sus casas y personajes históricos, pertenecieron a las altas esferas del poder Español. La calle de La Quemada, que hoy lleva el nombre de 5a. Calle de Jesús María, nos cuenta una leyenda que persiste a lo que ocurrió a mediados del Siglo XVI.
En dicho siglo, la Nueva España estaba regida por Don Luis de Velasco I., quien reemplazó al virrey Don Antonio de Mendoza enviado al Perú con el mismo cargo. Don Gonzalo Espinosa de Guevara vivía en el Centro histórico con su hija Beatriz, ambos españoles llegados de la Villa de Illescas, trayendo una gran fortuna que el caballero hispano acrecentó aquí con negocios, minas y encomiendas.
Se dice que la riqueza de Don Gonzalo era mucho menor que la hermosura de su hija. Ella tenía veinte años de edad, cuerpo de graciosas formas, rostro hermoso y de una blancura de azucena, enmarcado en abundante y sedosa cabellera que le caía por los hombros y formaba una cascada hasta la espalda de fina curvadura.
Su grandiosa hermosura era igual que su bondad y dulzura; le gustaba ayudar a los enfermos, curar a los apestados y socorrer a los humildes por los cuales llegó a despojarse de sus valiosas joyas en plena calle, para dejarlas en esas manos temblorosas y cloróticas.
Muchos hombres pidieron la mano de la hermosa Beatríz, pero ella no aceptó a ninguno, a pesar de que fueran buenos partidos para efectuar un ventajoso matrimonio.
Pero un día llegó un caballero italiano que se prendó de la hispana y comenzó a amarla con locura. Este marqués de Piamonte, fue a mitad de la calleja en donde vivía Beatríz, cerca del convento de Jesús María, y se oponía al paso de cualquier caballero que tratara de transitar cerca de la casa de su amada.
Fueron varias peleas con los caballeros que le contestaron al italiano la osadía, pero siempre resultó vencedor. Así que era común ver a otros caballeros en el piso, blandidos y con heridas, reduciendo los posibles candidatos que pudieran desposar a Beatriz.
Pero esta actitud celosa, llevó a la tristeza a Beatriz y una noche, después de rezar ante la imagen de Santa Lucía, virgen mártir que se sacó los ojos, tomó la decisión de no volver a ver don Martín de Scúpoli marqués de Piamonte y Franteschelo.
Al regresar a su alcoba puso un carbón y le prendió fuego. Las brasas y el calor se hicieron intensas y entonces, sin dejar de invocar a Santa Lucía y pronunciando entre lloros el nombre de don Martín, se puso de rodillas y clavó con decisión, su hermoso rostro sobre el brasero.
El olor a carne quemada se esparció por la alcoba, doña Beatriz pegó un grito y cayó desmayada junto al anafre. El fraile Fray Marcos de Jesús y Gracia, entró corriendo a la casona después de escuchar el grito. Encontró a Beatriz en el piso, la levantó con gran cuidado y quiso colocarle hierbas y vinagre sobre el rostro quemado, al mismo tiempo que le preguntaba qué le había ocurrido.
Beatriz explicó los motivos que tuvo para llevar su flagelo, y su intención: esperaba que con ese rostro, Martín de Piamonte dejaría de amarla y los duelos en la calleja terminarían para siempre.
El religioso fue en busca de don Martín. Explicó lo sucedido… El italiano fue de prisa a la casa de Beatriz y la encontró sentada en un sillón con el rostro cubierto con un velo negro que ya estaba manchado de sangre y carne negra.
Con muchos cuidados le descubrió el rostro. Se quedó atónito y apenado. Miro los dos agujeros con los párpados quemados, mejillas como cráteres abiertos y unos labios con una mueca desfigurada.El marqués se arrodilló y le dijo:
“Beatriz, yo os amo no por vuestra belleza física, sino por vuestras cualidades morales, sóis buena y generosa, sóis noble y vuestra alma es grande…
El llanto cortó estas palabras y ambos lloraron de amor y de ternura.
La boda se celebró en el templo de La Profesa. Se gastó una gran fortuna en los festejos aunque Beatriz se cubría el rostro con un velo blanco. Es por eso que la calle se llamó Calle de la Quemada, en memoria de esta leyenda.
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