Estas palabras resaltan el ferviente amor que Victor Hugo le tuvo a México.
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Victor Hugo fue El poeta, novelista y dramaturgo romántico de la Francia del siglo XIX. Los miserables, El jorobado de Notre-Dame, Las Contemplaciones son sus obras más conocidas; pero su carrera literaria que abarcó más de sesenta años, escribiendo sátiras, epopeyas, poemas filosóficos, epigramas, novelas, historia, ensayos críticos, discursos políticos, oraciones fúnebres, diarios, dramas en verso y prosa y cartas, muchas cartas.
También produjo más de 4.000 dibujos, hizo campaña por causas sociales como la abolición de la pena capital, aunque después se convirtió en un Republicano sirviendo en política como diputado y senador. En Puebla, donde el ejército mexicano derrotó al ejército francés el 5 de mayo de 1862, hay una placa en el centro cultural, con las palabras de Victor Hugo:
Habitantes de Puebla
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La cátedra extraordinario Benito Juárez de la UNAM, también publicó una carta que Victor Hugo, le envió al presidente de origen indígena, mejor conocido como el Benemérito de las Américas, y aquí te dejamos la reproducción de sus líneas más efusivas.
Presidente de la República Mexicana:
Juárez, vosotros habéis igualado a John Brown. La América actual tiene dos héroes, John Brown y vosotros. John Brown, por quien ha muerto la esclavitud; vosotros por quien ha vencido la libertad. México se ha salvado por un principio y por un hombre. El principio es la República; el hombre sois vosotros. Por otra parte, el fin de todos los atentados monárquicos termina por abortar. Toda usurpación comienza por Puebla y termina en Querétaro.
Europa, en 1863, se arrojó sobre América. Dos monarquías atacaron vuestra democracia: la una con un príncipe, la otra con un ejército, el más aguerrido de los ejércitos de Europa, que tenía por punto de apoyo una flota tan poderosa en el mar como en tierra; que tenía el respaldo de todas las finanzas de Francia, recibiendo reemplazos sin cesar; bien comandado; victorioso en África, en Crimea, en Italia, en China, valientemente orgulloso de su bandera; que poseía en abundancia caballos, artillería, abasto, municiones formidables. Del otro lado, Juárez…
Ni dinero, ni pan, ni pólvora, ni cañones. Los matorrales por ciudades. Aquí la usurpación llamándose legitimidad; allá el derecho, llamándosele bandido. La usurpación con el casco en la cabeza y la espada imperial en la mano, saludada por los obispos, precedida delante de ella y arrastrando tras ella, todas las legiones de la fuerza. El derecho solo y desnudo. Vosotros, el derecho, habéis aceptado el combate.
La batalla de uno, contra todos, ha durado cinco años. Falto de hombres, habéis tomado cualquier cosa por proyectil. El terrible clima os ha socorrido; habéis tenido por auxiliar a vuestro sol. Habéis tenido por defensores los pantanos infranqueables, los torrentes llenos de caimanes, las marismas plenas de fiebre, las vegetaciones tupidas, el vómito negro de las tierras calientes, los desiertos salados, los grandes arenales sin agua y sin hierbas, donde los caballos mueren de sed y hambre; la grande y severa meseta del Anáhuac que, como la de Castilla se defiende por su desnudez; las barrancas siempre conmovidas por los temblores de los volcanes, desde el Colima hasta el Nevado de Toluca.
…Y un día, después de cinco años de humo, de polvo y de ceguera, la nube se ha disipado y entonces se han visto dos imperios caídos por tierra. No más monarquía, no más ejércitos; nada más que la enormidad de la usurpación en ruina y sobre este horroroso derrumbamiento, un hombre de pie, Juárez, y al lado de este hombre, la libertad. Habéis hecho todo esto, Juárez, y es grande; pero lo que os resta por hacer es más grande todavía.
Escuchad, ciudadano Presidente de la República Mexicana. Acabáis de abatir las monarquías con la democracia. Les habéis demostrado su poder, ahora mostrad su belleza. Después del rayo, mostrad la aurora. Al cesarismo que masacra, oponed la República que deja vivir. A las monarquías que usurpan y exterminan, oponed al pueblo que reina y se modera. A los bárbaros, mostrad la civilización. A los déspotas mostrad los principios. Humillad a los reyes frente al pueblo, deslumbrándolos. Vencedlos, sobre todo, por la piedad.
¡Oh, venerable imparcialidad de la verdad! ¡Qué bello es el derecho sin discernimiento, ocupado sólo en ser el derecho! Precisamente delante de los que han merecido legalmente la muerte es donde se debe abjurar de las vías de hecho. La grandiosa destrucción del cadalso debe hacerse delante de los culpables.
…Jamás se os ha presentado una ocasión más relevante. ¿Osarían golpear a Berezowski en presencia de Maximiliano sano y salvo? Uno ha querido matar a un rey; el otro ha querido matar a una Nación. Juárez, haced que la civilización de este paso inmenso. Juárez, abolid sobre toda la tierra la pena de muerte.
….Esta será, Juárez, vuestra segunda victoria. La primera, vencer la usurpación, es grandiosa. La segunda, perdonar al usurpador, será sublime.
…Sobre todos los códigos monárquicos de donde manan las gotas de sangre, abrid la ley de la luz y, en medio de la más santa página del libro supremo, que se vea el dedo de la República señalando esta orden de Dios: Tú ya no matarás. Estas cuatro palabras son el deber. Vosotros cumpliréis con ese deber.
El usurpador será salvado y el libertador, ay, no pudo serlo. Hace ocho años, el 2 de diciembre de 1859, sin más derecho que el que tiene cualquier hombre, he tomado la palabra en nombre de la democracia y he pedido a los Estados Unidos la vida de John Brown. No la obtuve. Hoy pido a México la vida de Maximiliano. ¿La tendré? Sí y quizás a esta hora esté ya concedida. Maximiliano deberá la vida a Juárez. Y el castigo, preguntarán. El castigo, helo aquí: Maximiliano vivirá “por la gracia de la República.
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