El diluvio totonaco, una narración tradicional con final inesperado

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Para los totonacos el mito del diluvio está relacionado con “El hombre y la perra”.

 

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Lo que pareciera el universo alternativo de la historia de Noe, aquel relato bíblico del hombre que sobrevivió a la “limpieza” del mundo, es en realidad una historia totonaca transmitida oralmente por muchas generaciones.

Mejor conocido como el mito de “El Hombre y la Perra”, la historia habla de un hombre que por las noches solía hablar con Dios y por eso sólo a él le fue advertido que la tierra sería limpiada por aguas que ascenderían hasta el cielo.

 

 

El hombre ahuecó un árbol, lo llenó de comida y subió en compañía de su paloma y su perra. Pasados 40 días y 40 noches las aguas dejaron de subir, fue entonces que el hombre mandaba a la paloma a buscar tierra o un árbol.

La paloma regresaba siempre con prontitud hasta el momento en que regresó con las patas llenas de lodo. Fue entonces que el hombre salió de su barca para ver que la tierra que antes era totalmente plana ya tenía grandes montes.

 

 

Apesadumbrado por su soledad y temeroso de la nueva geografía, el hombre buscó un lugar para vivir; la perra le acompañaba siempre, pero la paloma un día ya no regresó. Muy angustiado oró a Dios porque la comida que había empacado pronto se iba a terminar.

Al día siguiente el hombre vio a unas hormigas arrieras llevar granos de maíz, el camino que seguían lo llevó a tierra buena para sembrar y a una casa que había sobrevivido al diluvio. Y aunque empezó a sembrar y a cosechar su desdicha era mucha por su soledad.

 

 

Después de orar a Dios, el hombre comenzó a encontrar las tortillas hechas cuando llegaba de trabajar el campo, extrañado por este hecho que se repetía día tras día y sabiéndose sólo en el mundo, el hombre sospechó de su perra.

Estando en el campo vio que su perra lo había dejado solo, así que corrió a casa para descubrir que la perra se había quitado la piel y estaba haciendo las tortillas, rápidamente el hombre arrojó la pelambrera al fuego.

 

 

Sin pelaje la perra ya no podría convertirse animal así que hecha mujer el hombre la hizo su esposa y tuvieron un hijo. El hombre por fin era dichoso, el campo daba fruto y su mujer también. Un día el hombre le pidió a su mujer hacerle tamales con “los tiernos”, así que ella tomó al niño para hacerlos.

Feliz degustaba el hombre los tamales hasta descubrir en uno de ellos el puño de la mano del niño, horrorizado regañó a la mujer por confundir “los tiernos” con el niño cuando él se refería a las calabazas que había llevado un día.

 

 

Grande fue la desgracia del hombre que lloraba desconsolado mientras terminaba los deliciosos tamales que le había preparado su fiel compañera. Aunque parezca inventad este mito totonaco así es y así ha sobrevivido a los años.