La odisea de transportar un mural de 30 toneladas de Diego Rivera

Foto destacada: El Siglo Durango

Con Información de New York Times

Transportar el mural de Rivera ha sido una de las obras más complejas de la historia del arte.

 

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Transportar 30 toneladas no es tarea sencilla. Se requiere de mucha logística, estrategia, cuidado y planes de ingeniería. Pero esto se multiplica un poco más cuando tienes que transportar 30 toneladas con un mural de Diego Rivera.

El fresco de Rivera se llama “Unidad Panamericana” y se encontraba en el City College y trasladado al SFMOMA. Este mural es poco conocido, comparado con las obras que hay en Bellas Artes, por ejemplo, pero celebra las Américas y es una joya fuera de México.

 

 

“Unidad Panamericana” pesa 30 toneladas y mide 22,5 metros de ancho por 6,7 metros; su traslado es la culminación de una iniciativa multimillonaria que ha tomado cuatro años en la que han participado ingenieros, arquitectos, historiadores del arte, asistentes y montadores de Estados Unidos y México.

Esta pintura monumental consta de 10 paneles que representan un continente unido por la creatividad, pero como el City College se encontraba “un poco apartado del mundo del arte” movido para permitir que más gente lo disfrute.

 

 

El mural fue extraído con mucho cuidado y trasladado al otro lado de la ciudad, al Museo de Arte Moderno de San Francisco, donde se expondrá el 28 de junio. Rivera pintó el fresco en la Exposición Internacional del Golden Gate de 1940 en Treasure Island, ante la mirada de miles de personas.

Los paneles de la obra representan son los pensamientos recurrentes de Rivera: Coatlicue, artesanos mexicanos, industria estadounidense, líderes históricos, dictadores, Frida Kahlo y él mismo. El título completo del mural es “El matrimonio de la expresión artística del norte y el sur del continente”.

 

 

Pero el traslado del mural fue una proeza descomunal. Un proceso que consistió en que un camión especial con un panel recubierto de amortiguadores hechos a la medida atravesara la ciudad a ocho kilómetros por hora.

Trasladar algo tan grande, frágil e importante fue comparado como transportar “una cáscara de huevo de 22 metros”. Pero la obra se expondrá en una galería gratuita en la primera planta del museo.

 

 

Esto por la llegada de la exposición La América de Diego Rivera, que se inaugurará el próximo año; el mural permanecerá en el museo hasta algún momento de 2023 y entonces se devolverá a la universidad. Un nuevo centro de artes escénicas, financiado por una emisión de bonos aprobada por votantes, albergará el mural.

“Diego estaba construyendo un puente metafórico entre la cultura mexicana y la cultura tecnológica de Estados Unidos”, dijo Will Maynez, el guardián del mural, cuya misión ha sido que la gente vea la obra y quien lleva 25 años investigándola y promocionándola.

 

 

En 2011, queriendo que más gente viera el mural y esperando poder encontrar una mejor ubicación en el campus, Maynez, con la aprobación de los administradores, utilizó fondos de una cuenta de Rivera en la fundación de la universidad para pagar un estudio sobre la viabilidad de trasladar el mural. Cuando la respuesta fue que costaría mucho dinero y sería casi imposible, Maynez lo tomó como un sí.

En una reunión en el museo, una vez que este se involucró en el proyecto, Maynez recuerda que Benezra le dijo: “El mural no volverá a ser poco conocido”. El museo tomó la ruta minuciosa: contrató a ingenieros del centro de diseño multidisciplinar de la Universidad Nacional Autónoma de México, que es conocido por abordar lo casi imposible.

 

 

Sabiendo que la mayor amenaza para el mural serían las vibraciones, el equipo de Alejandro Ramirez Reivich, profesor de diseño de ingeniería que dirigió la investigación, realizó diversas pruebas con maquetas.

Tres artistas universitarios pintaron réplicas casi exactas de dos paneles, utilizando el mismo tipo de cal y pinceles que Rivera. Los estudiantes construyeron un muro como el del City College, colocando pernos y soldaduras en los mismos lugares. Experimentaron con herramientas para determinar cómo extraer los paneles con vibraciones mínimas. Luego los sacudieron, doblaron y martillaron para conocer la máxima resistencia que podían soportar.