Foto destacada: Valeria Mendoza y @pirata.cosmico
En México tenemos todas las características para lograr un kitsch con mucho éxito.
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Como reza el Guaca Rock de la Malinche de la emblemática banda de Botellita de Jeréz: “Si lo mexicano es naco y lo Mexicano es chido/ Entonces verdad de Dios. Todo lo Naco es chido (chido)” Apelo a la palabra naco, porque quizá sea la palabra que más se acerca o con la cuál es posible describir la experiencia de lo kitsch. Pero incluso definir qué es y qué no es lo naco, resulta complicado y, en estos tiempos, políticamente incorrecto.
Así que intentar definir el kitsch o lo naco es una sala de espejos y reflejos de nuestros prejuicios. Pero hasta donde se sabe, el conceso, pues, se dice la palabra kitsch es de origen alemán y se ha utilizado desde los años 20 y el diccionario de arte de Oxford define al kitsch como “arte, objetos o diseño que se considera de mal gusto debido a su excesiva estridencia o sentimentalismo, pero que a veces se aprecia de manera irónica o consciente.”
El kitsch también es un término desdeñoso para la cultura pop que puede hacer encajar sin contradicciones, como tener una playlist con la música de Beethoven, Oscar Pettiford, Miley Cyrus, Chalino Sánchez y Liran´Roll. Esto puede pasar desapercibido para el que tiene una lista de reproducción así, pero parecería de “mal gusto”, banal, incluso vulgar, ostentoso para muchos.
Hasta cierto punto, el kitsch es una declaración de principios que funciona muy bien en aquello que llamamos “lo mexicano”. Porque en realidad buena parte de nuestra vida trascurre entre una mezcla de cosas. De hecho, la comida mexicana, en particular la salsa, se puede hacer de mil variedades tan solo mezclando chiles, especies, sabores y texturas. Digamos, que como buenos mexicanos, nada nos detiene a mezclar lo que sea que llamemos “arte” porque nuestra vida, cultura, gastronomía, sabores, colores, festividades, son de por sí una mezcla.
De este modo, el kitsch no es peyorativo sino un término de elogio que permite mezclar productos culturales que parecen de diferentes mundos. Por ejemplo, esa película llamada “La nave de los monstruos” una cinta de Sci-fi mexicano en donde dos mujeres extraterrestres se pelean por el amor de un ranchero (El Piporro). Aunque el “kitsch” se ha convertido en una atracción contemporánea, para los mexicanos es el pan(queconcha) de todos los días.
En México amamos el kitsch porque las abuelas tienen millones de objetos y adornos útiles pero que nunca se usan, detrás de una vitrina que pocas veces se abre. El rosa mexicano está más allá del (bueno o mal) gusto y lo vulgar y pretencioso, lo regresivo o infantiloide vive en el lenguaje (alburero) cotidiano, en nuestro cine y lo chillón y cursi de la estética se respira en los adornos de los bautizas, XV años, bodas y en los trajes característicos y rimbombantes.
No hay que ponerse filosófico sino voltear a nuestro alrededor: los dulces son una mezcla rara de chiles con agridulces, el colorido de nuestros barrios y pueblos es exagerado, así como el uso de adornos eclécticos, barrocos y exorbitantes. Tenemos de todo para que nuestros diseños sean de un kitsch exitoso. Somos irreverentes y usualmente le imprimimos un toque divertido y sarcástico a las cosas. Nada con moderación y todo con amarillos, rojos y rosas brillantes.
En México el kitsch es una de las manifestaciones culturales más importantes. Recuerda el uso de las calaveras, el papel picado, las vírgenes, flores y personajes como Frida Kahlo y El Santo, el Kmonito o Malverde…