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Con información de Milenio
A través de la selva y en bicicleta, estos entusiastas descubren zonas arqueológicas inhóspitas.
El LiDAR, (Laser Imaging Detection and Ranging, por sus siglas en inglés) es uno de los aparatos tecnológicos más revolucionarios que permiten determinar la distancia desde un emisor láser a un objeto o superficie utilizado un haz láser pulsado. Con este aparato se han encontrado diversas ruinas de civilizaciones precolombinas ya que dejan ver regiones enteras de asentamientos en donde es posible desenterrar zonas arqueológicas.
Pero este grupo de amigos ciclistas fue un poco más allá y aprovechó su gusto por la naturaleza, la arqueología y los largos recorridos para encontrar zonas arqueológicas en el sureste mexicano.
Fotografía de Milenio
Esto comenzó antes de la pandemia, cuando un grupo de ciclistas que exploraban lugares abandonados a las afueras de la ciudad decidieron subirse a un auto e ir en busca de un cementerio en Misnebalam, un pueblo fantasma en el municipio de Progreso, al norte de Yucatán.
Resulta que desde entonces, se han tropezado con haciendas, cenotes y seis asentamientos mayas en diferentes puntos del estado. “Son ruinas perdidas en la selva”, nos dice Aarón Novelo, enfermero de profesión.
Aarón y otros dos de los seis amigos, Saúl Pech, que reparte en motocicleta, y Juan Miranda, que es mecánico, invitaron a un reportero del periódico Milenio, para comentarle sobre sus últimos hallazgos: una pirámide maya en Dzibalkú. Otro destino es Costa Esmeralda, en Tizimín, a unos 200 kilómetros de Mérida.
En general van de exploración en auto y las bicis sólo las usan para trayectos menores a 40 kilómetros, ya que pedalear en el calor húmedo de 35 grados del sureste es un gran reto. Aarón, Saúl y Juan son los nombres de los involucrados en este gran proyecto. Sus primeros recorridos en bicicleta eran por las brechas de sacbé; “Pero el espíritu de aventura nos llevó a explorar más sitios… sitios a donde ni siquiera han llegado las autoridades estatales, menos las federales”.
Ninguno de ellos tiene conocimientos de arqueología ni antropología. Pero sí mucho entusiasmo por descubrir nuevos territorios y quizá, entrar en algún libro de historia, tal vez. Su primer hallazgo fue dentro de un rancho conocido como San Chemas, en Tizimín.
Encontraron un cenote en el municipio de Ixil. Con machete en mano cortaron parte de la selva, huyeron de los jaguares y encontraron unas pirámides. “Pasamos por un basurero, luego seguimos por el monte unos dos kilómetros y ahí estaban las pirámides… Más adelante nos encontramos con otras dos pirámides, no tan altas como las anteriores, en una de las cuales hallamos piedras labradas”.
En otro recorrido a Misnebalam, en compañía de un trabajador de mantenimiento Carlos Pacheco, y los meseros David Gil y Humberto Torres, localizaron un sitio arqueológico abandonado con al menos diez plataformas en forma de pirámide “cubiertas por la selva, en un radio de no más de cuatro kilómetros a la redonda”. Dicen que en algunos sitios hay caminos bien trazados que unen a las pirámides y que algunas miden unos 15 metros. Más tarde, hubo un cuarto hallazgo, con un estudio previo de los mapas de Yucatán: “Vimos que había un castillo como que no había sido muy explorado por su altura”. Y en Tzikul encontraron una tipo de complejo prehispánico, de unos 500 metros de largo con un atracadero, varias pirámides y un juego de pelota.
Hubo un quinto hallazgo en Chac II, donde encontraron unas columnas, un juego de pelota, piedras talladas y la cabeza de una serpiente al pie de la construcción. Pero en todos estos sitios parece que han sido saqueados, poco o nada estudiados, olvidadas o solo ignoradas. Por ahora, estos exploradores seguirán recorriendo la maleza para encontrar nuevos vestigios.