Los osos son complejos, profundos e incomprendidos.
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Hace unos siglos un animal majestuoso recorría a sus anchas los bosques del norte de nuestro país. Se llamaba: oso de plata y además de ser una de las especies endémicas más interesantes de México, era ampliamente venerado por los ópatas; un misterioso grupo étnico que vivía en las montañas de Sonora y que había usado a este tipo de pardo como parte de su cosmogonía. Los indígenas lo conocían como pissini. Por su parte, los científicos y demás exploradores decimonónicos lo bautizaron como: ursus arctos nelsoni. Y según quedó escrito en sus bitácoras de campo, este silencioso espécimen (único en el mundo) medía aproximadamente 1.83 metros de longitud y pesaba 318 kilogramos, quizá por eso era considerado uno de los mamíferos más enorme de América, asimismo se sabe que fue el oso más grande de México. Según descripciones de los que lo vieron en vivo, la parte más profunda de su pelaje deambulaba entre al amarillo y el marrón. Como seña particular tenía una gran mancha plateada que le recorría la cara, el cuerpo y las piernas. En tanto, que sus garras y sus patas parecían estar cubiertas de elegantes guantes negros. El oso pardo mexicano, como otros de su especie, era omnívoro lo que significa que su dieta se componía de vegetales y de otros animales. Según las crónicas de la época estos ejemplares se alimentaban de: plantas, frutas, insectos y pequeños animales de carroña. Hay algunos especialistas que aseguran que su platillo favorito eran las hormigas. Como todos los miembros de su especie, este ejemplar era inteligente, profundo, complejo y altamente incomprendido por los humanos. Quizá por eso, tristemente en 1967 el oso pardo mexicano desapareció de la faz de la tierra y es una vergüenza decir que su pronta extinción fue enteramente culpa de los humanos. La historia del ocaso del mamífero mexicano se empezó a escribir en el siglo XIX, momento en cual la población en la frontera entre México y Estados Unidos creció sin límites y las personas se vieron forzadas a ocupar las áreas en las que el oso plateado vivía. Esta invasión trajo severos problemas para los osos, no sólo por la caza desmedida, sino también porque los pastores llevaban consigo ovejas que acaparaban toda la comida. Esta situación hizo empeoró con el tiempo, y para 1960 quedaban tan solo 30 individuos del pardo mexicano. Paradójicamente, este foco rojo no le impidió a los pastores continuar con su matanza. Los hombres siguieron con lo suyo hasta que la especie entera se evaporó. Nadie sabe en dónde y en qué condiciones falleció el último oso de plata. El incidente no estuvo reportado en ningún lugar, no protagonizó ninguna portada de periódico y ninguna persona lloró por ellos. Se fueron tan silenciosamente como llegaron y hoy en pleno siglo XXI la profunda huella que dejaron todavía no se borra. Quizá los osos con mancha plateada son un buen pretexto para que desde ahora preservar juntos las valiosas especies endémicas que todavía existen de nuestro país.