La leyenda del Xoloitzcuintle, el perro azteca que guía a los difuntos por el inframundo

Foto de portada: Sophie Gamand (www.sophiegamand.com)

7000 años de antigüedad sin que el hombre haya intervenido en su generación.

El xoloitzcuintle es el guía espiritual de los mexicas. Y su historia en el jardín mítico azteca tiene que ver con dos mitologías que giran alrededor de esto hermoso animal.

Entre los antiguos nahuas se creia que los perros xoloescuincles eran los guías de los difuntos a través de los nueve inframundos, ayudándolos a cruzar el río Apanohuaia, el cual separaba el mundo de los vivos y de los muertos. El perrito tenía que ser de color bermejo para que se pudiera distinguir en las obscuras aguas de este río. Por esta razón estos perritos eran sacrificados cuando alguien perecían, para que fuera su acompañante y ayuda en el más allá.

La primera mitología mexica narra que al inicio había dos hermanos gemelos y dioses que encarnaban un rostro antagónico del planeta Venus en su tránsito frente al Sol. El primero de ellos era Quetzalcóatl, la serpiente emplumada, que representaba la vida, la luz y el conocimiento; su parte antagónica era el dios Xólotl, asociado a la oscuridad, lo monstruoso y la muerte –algo muy similar a la mitología de Apolo y Dionisos de los Griegos antiguos.

Después de varios intentos para dar vida, se dieron cuenta que había que descender al Mictlán y obtener los huesos del inframundo que harían posible la creación de la humanidad. Algunas veces se omite a Xólotl y sólo Quetzalcóatl desciende por los huesos al Mictlán, se dice Xólotl se ofrece para bajar al inframundo a pesar de que eso tuviera fuertes repercusiones: transformarse en un perro, el xoloitzcuintle.

Han sido varias las representaciones de Xólotl como hombre con cabeza de perro, que sin temerle al majestuoso Mictlantecuhtli, el señor de la Muerte, le entregó el hueso con el que más tarde pudo regresar al mundo de los vivos. Con esos huesos, los dioses crean al primer hombre y a la primer mujer.

La segunda leyenda, continuación aquella, tiene que ver con que Xólotl creó al perro de una astilla que Mictlantecuhtli le dio de los Huesos de la Vida. Al ver lo especial de su creación, Xólotl le regaló el xoloitzcuintle al hombre. En vida los hombres cuidan bien del xoloitzcuintle, pero cuando llega el día de la muerte del hombre, se sacrifica a estos increíbles perros para enterrarlos en las tumbas junto a su dueño, con el fin de que guiaran al alma de su dueño a través del Mictlán.

La tradición mexica afirma que el xoloitzcuintle debía ser totalmente negro, si presentaba manchas en su cuerpo quería decir que es perro ya había servido al alma de otro difunto. Los mexicas consideraran sagrado al Xoloitzcuintle al grado de adorarlo en muchas de sus representaciones esculturales y pictográficas.

Desde la época prehispánica este animal se convirtió en el favorito de dioses y humanos, ya que es un perro inteligente, social, fiel y cariñoso, y al mismo tiempo posee un comportamiento territorial, vigilante y guardián. Durante la colonización, este precioso animal estuvo a punto de extinguirse ya que lo utilizaban como alimento para resistir las expediciones. Gracias a su instinto e inteligencia han sobrevivido más de siete mil años.

El Xoloitzcuintle es un patrimonio del país, legado de nuestros antepasados y su existencia continúa enriqueciendo nuestra cultura. Tras la Revolución Mexicana, el xoloitzcuintle fue adoptado por artistas como Frida Kahlo, Diego Rivera, Rufino Tamayo y Raúl Anguiano como símbolo nacional, y lo recuperaron como parte de la identidad nacional.