¿Te imaginas cómo sería sobrevolar la Ciudad de México antes de 1521? Así se vería, a ojo de pájaro, si pasaras por encima del Cerro de la Estrella: se vislumbra al centro el Templo Mayor y, más al norte, Tlatelolco, como dos manchones de un blanco impecable.
También se ven, cruzando el lago, las calzadas de Tepeyac (hoy Calzada de los Misterios), de Vallejo, Tlatelolco-Tlacopan (hoy Tacuba y Popotla) y la de Tenochtitlán-Tlacopan, cuyo acueducto proveía de agua a la ciudad desde el cerro de Chapultepec, y la de Tlalpan, la última en construirse y la más larga de todas (12km), todo un reto para la ingeniería de la época.
La megalópolis que hoy conocemos conserva aún el trazo original de México-Tenochtitlán, de sus calzadas y de los pueblos que circundaban los lagos de Texcoco, Zumpango y Xaltocan. Nada ha desaparecido del todo; a pesar de que los conquistadores quisieron enterrar el recuerdo de la antigua ciudad, su trazo original sigue marcando todo el flujo de la vida del DF.
Estas imágenes, creadas por el artista mexicano Tomás Filsinger, nos recuerdan lo que a veces olvidamos: que esta es una ciudad milenaria, creada por un pueblo que algunos creen muerto, pero que aún habita oculto en nuestra sangre y nuestra lengua.