Gonzalo Guerrero, el conquistador español rebelde que se unió a los mayas

Foto destacada: INAH

Gonzalo Guerrero, el “padre del mestizaje”, ha sido reconocido con una hermosa estatua en el Paseo Montejo en Mérida.

 

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El mestizaje en nuestro país surge de modos complejos y es interesante aprender cómo sucede, cómo cambia y evoluciona. Porque el mestizaje es todo aquello que llamamos México: la fusión étnica y cultural entre América y España. Sin esa fusión, no existimos como cultura, seriamos otros, no sé si mejor o peor, pero sí algo distinto que quizá no se pueda llamar México.

Gonzalo Guerrero es un personaje que encarna el mestizaje de forma emblemática. Guerrero fue un náufrago que como en las historias de Hollywood, después de años de convivir con una tribu maya, se naturalizó, formó una familia e incluso combatió contra los que antes eran sus compatriotas.

 

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Existe poca información sobre los datos de infancia y juventud de Gonzalo Guerrero, pero se dice que nació en Niebla, un pueblo situado cerca de Palos (Huelva), en el siglo XV. Sobre otros datos, pues quizá sea la construcción de una persona. Algunos dicen que fue un marinero y nada más. Hay quién lo sitúan como miembro del ejército de los Reyes Católicos.

Por diversas razones históricas y políticas, Guerrero llegó a Península del Nuevo Mundo, en compañía de otros veteranos después de la muerte de Colón. Vio que se había iniciado un proceso colonizador en el nuevo continente, y aportó su experiencia para combatir la resistencia indígena.

 

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Lo que vio Guerrero, fue que los españoles exploraban las tierras para fundar haciendas y más tarde crear plantaciones de caña de azúcar, en donde se obligaba a trabajar a los indígenas sumiéndolos en una esclavitud práctica. Pero después de participar en la colonización, Gonzalo Guerrero se naturalizó como maya en Yucatán y peleó contra los conquistadores.

A pesar que Guerrero estaba criado en la cultura renacentista europea, logró aprender un nuevo idioma, adaptarse a un nuevo continente recién descubierto, a una civilización radicalmente diferente, y dejar su tierra natal.

 

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Pero este camino también fue duro. Guerrero fue un esclavo maya, como parte del servicio al sacerdote de la ciudad-estado de Maní. Llevaba por nombre Teohom, y no le pareció que Gonzalo Guerrero fuera un sirviente tan poco dócil. Lo mandaba golpear para acallar sus peticiones rebeldes. Llegó a manos del jefe de guerreros, Nacom, quien obedecía al cacicazgo del norte de la bahía de la actual Chetumal, al sureste de México.

Pero un día, mientras cruzaban un Guerrero y Nacom, este último fue atacado por caimanes. Aunque Gonzalo Guerrero pudo haber escapado, decidió matar al animal. Ése fue el pase para que el jefe de soldados le otorgara su categoría como hombre libre.

 

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Para entonces, Gonzalo Guerrero ya hablaba maya. Conocía la distribución política, religiosa y social de los cacicazgos locales. En lugar de regresar a España, el antiguo marino peninsular decidió quedarse ahí a formar una familia, iniciarse en los ritos locales. Se dice que incluso se tatuó grecas ceremoniales, perforó sus orejas y cambió su nombre a uno de guerrero maya. Se dice también, que se casó con la princesa Zazil Há. Tuvieron varios hijos y una de las hijas fue sacrificada en Chichén Itzá para terminar con una plaga indomable de langostas.

Cuando llegó Hernán Cortés al sureste mexicano, Guerrero ya era un soldado maya.

Una vez que Cortés alcanzó la América continental, escuchó que había un par de hombres que compartían la fisonomía de los españoles. Así que el conquistador envió un destacamento para rescatar a Gonzalo Guerrero, pero Guerrero se negó ya que tenía una familia maya y no podía volver con sus compatriotas.

 

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Así que en 1536, se enfrentó a las tropas de Lorenzo de Godoy mientras avanzaban en lo que hoy es Honduras. En un combate fue atravesado por una flecha que le llegó al ombligo y le alcanzó el costado. Los compañeros mayas supieron que la herida no sanaría. La empresa de la conquista del sureste siguió avanzando y los españoles que sí regresaron relatos a la Corona narran que, al morir, Gonzalo Guerrero estaba tatuado, perforado y vestía “como indio“, pero que conservaba su barba de “cristiano”.