Un adoratorio y hermoso lago cerca de un volcán activo.
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El Iztaccíhuatl que en náhuatl significa Iztac, “blanco”; cihuatl, “mujer”, algo así como la “mujer de blanco” es un volcán activo ubicado en el centro de México. Es la tercera montaña más alta del país en los límites territoriales de los estados de México y Puebla. Su nombre proviene de su perfil nevado, que desde el valle de México semeja a una mujer yaciente cubierta de un manto blanco. Desde hace siglos, los ancestros han contemplado a esta montaña cubierta de nieve, a esta silueta de una mujer recostada con el cabello extendido hacia el lado opuesto de su cuerpo, como si estuviera dormida. Debido a su cercanía con la capital cultural, política y económica del imperio mexica, del virreinato de la Nueva España y de la República Mexicana, se han generado un sinnúmero de expresiones artísticas y literarias en torno a esta montaña y a su también mitológico acompañante, el volcán Popocatépetl. A esta hermosa figura, y a sus cientos de mitos, leyendas e historias, hay que sumarle el reciente descubrimiento del proyecto arqueológico de INAH que ha recuperado numerosos fragmentos cerámicos, materiales líticos, lapidarios y restos orgánicos en sus faldas. Algunos mitos mesoamericanos sobre la creación del mundo señalan que Cipactli (el monstruo de la tierra) flotaba sobre las aguas primigenias y a partir de su cuerpo se creó el cielo y la tierra. En este sentido, Nahualac, un sitio ubicado en las faldas del volcán Iztaccíhuatl, podría emular dicha concepción, ya que la existencia de un tetzacualco (adoratorio) en medio de un estanque natural y el efecto óptico que se produce en el espejo de agua, del que pareciera que la estructura emana, hace sugerir que el lugar es la representación de un tiempo y espacio primigenio, un modelo miniatura del universo. La arqueóloga Iris del Rocío Hernández Bautista, de la Subdirección de Arqueología Subacuática (SAS) del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), quien es responsable de la investigación arqueológica, dijo lo siguiente de este magno descubrimiento: “La intención de que el agua rodeara elementos arquitectónicos rituales específicos parece haber sido una parte importante dentro del pensamiento mesoamericano, lo vemos en Tenochtitlan, o en la Ciudadela, en Teotihuacan, como lo reportaron recientemente Julie Gazzola y Sergio Gómez”. Desde 2016 un equipo multidisciplinario emprendió una temporada de excavación en la que se recuperaron fragmentos y se descubrieron dos áreas. La primera y principal es un estanque estacional dentro del cual se construyó en la época prehispánica un templo rectangular de piedras apiladas sin ningún tipo de cementante conocido como tetzacualco (de 11.5 x 9.8 metros). La segunda área se localiza a 150 metros al sureste de la estructura, sobre un amplio valle donde brotan manantiales. Ahí se han hallado piezas cerámicas con elementos decorativos asociados a Tláloc, deidad de la lluvia. Los materiales líticos es decir, piedras que reúne conjuntos de rasgos característicos que definen un modelo o patrón de artefacto que se repite dentro de una industria prehistórica, se encuentran en proceso de análisis, a través del Proyecto Estilo y Tecnología de los Objetos Lapidarios en el México Antiguo. Las piezas corresponden a navajillas prismáticas de obsidiana, principalmente, así como a fragmentos de artefactos de pizarra y algunos objetos de esquisto gris y rosa, en los cuales se examinan las huellas de uso y procedencia de materias primas. Sobre los restos orgánicos, se trata de sedimentos en asociación con carbón y fragmentos de un material esquistoso pulido color rosa, recuperados del interior de varios cajetes trípodes dispuestos como ofrenda. Nahualac, según estudios de diversos antropólogos y arqueólogos que datan desde el siglo XIX, es la representación de un espacio ritual donde el culto a Tláloc es evidente, ya que también guarda relación con las entidades femeninas del agua y la tierra. Es posible que en la zona haya existido un control ritual del agua proveniente de manantiales cercanos para irrigar el estanque con el objetivo de provocar un efecto visual en el que pareciera que la estructura y los montículos de piedra flotaran sobre el espejo de agua, que a su vez refleja el pasaje circundante. Como sea, el entorno natural que rodea el estanque es hermoso. También guarda un estrecho vínculo con los significados rituales del espejo y el quincunce mesoamericano, es decir, la representación de los cuatro rumbos del universo, cuyo centro manifiesta el punto de encuentro entre los planos cósmicos.
Actualmente la actividad del Iztaccíhuatl es sísmica, lo que pone en riesgo la actividad de los arqueólogos en el lugar, así como de las piezas halladas.