¿Existieron gigantes en el mundo prehispánico?

Algunos datos sobre los supuestos gigantes aztecas.

. . .

Fray Bernardino de Sahagún, el registro histórico de los nativos después de la conquista, atribuyó a gigantes la construcción de las pirámides de Teotihuacan y Cholula. Esta idea estaba muy arraigada entre los frailes en el siglo XVI, el dominico fray Diego Durán pensaba de modo similar, al referirse a la presencia de gigantes en la región poblano-tlaxcalteca: “La otra gente que dicen que hallaron los de Tlaxcala, y Cholula y Huejotzingo, dicen que eran gigantes…” (Durán, 1951, p. 14). Lo interesante es la manera en que el dominico relaciona a los gigantes con huesos de gran tamaño hallados en aquellos parajes: “Hállanse hacia aquellos lugares huesos de gigantes grandísimos, los cuales yo muchas veces he visto sacar en lugares ásperos” (Durán, 1951, p. 15 ). Estas palabras de Diego Durán plantean algunas de las ideas que prevalecían hacia el siglo XVI, cuando los frailes buscaban una explicación para lo que se presentaba ante sus ojos: miles y miles de indígenas; ciudades pobladas por gran número de habitantes; edificios de gran tamaño dedicados a sus dioses; diversas lenguas habladas por otros tantos pueblos, en fin, un universo complejo al que había que dar una explicación, comenzando por su origen. La respuesta no la buscaban en la tierra misma donde habían encontrado todos estos sucesos, sino en algo más, en la Biblia. Para los frailes, el origen de estas poblaciones se remontaba a las tribus perdidas de Israel; algunos edificios como la pirámide de Cholula no era otra cosa que la torre de Babel y de ahí también se desprendía la cantidad de lenguas habladas en estas tierras. En cuanto a la presencia de gigantes, bien sabemos que para explicarse la construcción de monumentos de grandes dimensiones se acudía a esta versión. En el mundo occidental la existencia de gigantes se da por una realidad y algunos pasajes bíblicos nos dicen de su existencia, como el conocido caso de la lucha entre David y Goliat, y otros relatos en los que el triunfo del débil se ve realzado al vencer a personas presumiblemente superiores en tamaño y fuerza. Aunque no podemos descartar casos de gigantismo o enanismo causados por motivos genéticos, y por lo mismo escasos, la verdad es que no se conocen casos de poblaciones enteras que tuvieran este patrón como hacen suponer los cronistas mencionados y otros más. Uno de los primeros investigadores en poner las cosas en su lugar fue el prehistoriador y obispo Francisco Plancarte y Navarrete, quien en su libro Prehistoria de México, publicado en 1923, señala: “Los huesos que vieron los conquistadores en Tlaxcala y los religiosos en los palacios de los virreyes o en los campos, tienen que haber sido de fósiles y podemos suponer que en el siglo XVI, la paleontología no estaba de lo más adelantada para haber reconocido que fueran animales” (Plancarte, 1923). Lo aseverado por don Francisco va a ser ratificado más adelante con excavaciones arqueológicas en las que se han detectado buen número de especímenes de mamut y otras especies hoy extinguidas. De sobra conocido es el famoso diorama que formaba parte de la Sala Orígenes del Museo Nacional de Antropología, en el que varios hombres acosan a un gigantesco mamut que estaba en un medio lodoso, en las cercanías del lago de Texcoco. La imagen hace referencia al llamado hombre de Tepexpan (encontrado en 1947 cerca de este poblado por Helmut de Terra), quien yace muerto boca abajo frente al gigantesco proboscídeo. De este hallazgo se ha puesto en duda el sexo y la antigüedad del individuo (Matos, 2010). Lo que sí es una realidad son los datos producto del descubrimiento del mamut de Santa Isabel Ixtapan, estado de México, cuando por primera vez se encontraron huesos de mamut asociados a puntas de piedra de fabricación humana, lo que venía a demostrar que el hombre y el mamut habían coexistido hace alrededor de 7 o 10 mil años.