Las fotografías tempranas de Cartier-Bresson que fueron tomadas en la Ciudad de México.
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Henri Cartier-Bresson (1908-2004) vino a México en dos momentos opuestos de su vida: como un joven en busca de fama y, décadas después, como uno de los fotógrafos más reconocidos del mundo. Lo que el pionero de la fotografía callejera habría de encontrar en la capital durante su primer viaje lo habría de cautivar irremediable; testigo de ello es una de las colecciones fotográficas más deliciosas que existen de la Ciudad de México.
Tenía 26 años cuando llegó a México por primera vez como parte de un proyecto etnográfico francés que pretendía fotografiar la construcción del Tren Panamericano. Pero, en realidad, Cartier-Bresson vino a nuestro país por tratarse de uno de los países más surrealistas del mundo —para cuando llegó, el artista estaba profundamente familiarizado con esta corriente y algunos de sus exponentes en Francia.
Este no era por ningún motivo su primer viaje; Cartier-Bresson ya había visitado Europa y algunos países africanos pero, en su búsqueda artística, sintió que México y su capital prometían un oportunidad para demostrar sus verdaderas habilidades como fotógrafo. Cuando el proyecto etnográfico se vio truncado porque uno de sus compañeros huyó con todo el dinero, el francés se quedó sin un centavo, varado en la capital mexicana. Lo natural hubiera sido volver a París. Pero él se quedó.
Pasó un poco de tiempo antes de que Cartier-Bresson se adaptara a México; no hablaba el idioma, no entendía su cultura. Pero un buen día, en un café, conoció al poeta, dramaturgo y novelista estadounidense Langston Hughes, que vivía en la Ciudad de México y se dedicaba a traducir poesía mexicana al inglés. El francés se mudó a casa del escritor (ubicada en un barrio bajo, abundante en cantinas y burdeles) y conoció a su círculo de amigos. Se dice que en el vecindario el fotógrafo era conocido como “el pequeño hombre blanco con mejillas de camarón”.
Poco tiempo después, Cartier-Bresson consiguió trabajo en la prensa mexicana y se adaptó al país donde pudo alimentar su profundo talento como artista de la lente. Aquí hizo tomas con ángulos experimentales y luz dramática, y aprendió a reconciliar el mundo de la alta cultura (del que provenía), con la espontaneidad y frescura de la fotografía callejera —tal vez, uno de sus logros más importantes como artista.
En 1935, las fotografías de la Ciudad de México de Henri Cartier-Bresson fueron expuestas en el Palacio de Bellas Artes, al lado de la obra del gran Manuel Álvarez Bravo. A partir de ese momento su carrera despegó con fuerza, y él no volvería a México hasta 30 años después, como uno de los fotógrafos más famosos del mundo. A pesar de que su segundo viaje implicó lujos, cenas con gente importante y recepciones, Cartier-Bresson quiso volver a las calles de la ciudad a fotografiar a todos esos personajes que tanto tiempo atrás lo había fascinado y aún lo hacían.
“Tus ojos deben reconocer una composición o expresión que la vida te ofrece y tú debes saber, usando tu intuición, cuando disparar la cámara”, escribió Cartier-Bresson años después. El fotógrafo, que de tantas formas fue testigo del siglo XX, encontró en nuestra ciudad una fuente inagotable de inspiración, y su homenaje resultó en algunas de las fotografías más espectaculares que se han tomado de la Ciudad de México y quienes la habitan.