Cerca de un millón de piezas de cristal componen esta icónica cortina.
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No es secreto que el Palacio de Bellas Artes es una de las obras arquitectónicas más magníficas y plausibles no sólo de la Ciudad de México, sino de todo el país. Su principal antecedente es el Teatro Nacional, un recinto de carácter artístico que se encargó de permear la vida cultural de la capital durante la segunda mitad del siglo XIX. Entrado el siglo XX, el programa que embelleció estéticamente la ciudad pensó también renovar el teatro. Pero por fines prácticos, se llegó a la conclusión que sería una mejor idea construir uno nuevo. Fue así como el proyecto se le comisionó al arquitecto italiano Adamo Boari. Lo cierto es que la fachada es una de las más preciosas y eclécticas del mundo, pero también vale la pena cruzar sus puertas para descubrir los maravillosos rincones que sus entrañas resguardan. Tal es el caso de la Sala Principal, un espacio que puede llegar a abrazar a 1396 personas, para que gocen de los grandiosos espectáculos que su escenario ha atestiguado a lo largo de los últimos 80 años.
Imagen: Bernardo Arcos Mijailidis.
El artista que fue responsable del techo, Géza Maróti, ejecutó un primer intento para el escenario principal en 1908, el cual estaba basado en la idea original de Boari. Sin embargo, Harry Stoner fue el diseñador que concretó el proyecto. Cabe mencionar, que el propósito de esta parte de la sala era crear un telón contra incendios, cosa que preocupaba mucho en la época. Pero lo que verdaderamente roba el aliento de los que visitan la Sala Principal es su cortina, la cual cuenta con casi un millón de piezas de cristal opalescente, de 2 cm. cada una. En este caso, el tema que decora la obra son los legendarios volcanes que enmarcan el Valle de México: el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl. Se trata de un paisaje que alude a la vista que podía admirarse desde las ventanas del Palacio Nacional a principios del siglo XX. Este hermoso detalle fue mandado hacer por Adamo Boari a la Casa Louis C. Tiffany de Nueva York, ciudad donde se exhibió antes de ser enviada a la Ciudad de México por barco. Si bien esta cortina de cristal podría calificar como una pieza pictórica, lo cierto es que de igual manera se puede categorizar como un objeto de diseño magnífico. Y es ahí donde radica su originalidad: en sus sublimes características, que desde hace décadas se han postrado incólumes en uno de los sitios más emblemáticos y entrañables de la urbe. Vale la pena visitar la Sala Principal del Palacio de Bellas Artes para embelesarse con esta auténtica y alucinante joya.
Imagen principal: Lorena Alcazar Minor.