Josef Albers, el legendario artista que descubrió en México una abstracción basada en la estética mexicana prehispánica.
El año pasado, uno de los museos más reconocidos del mundo, el Guggenheim de Nueva York, exhibió la radiante muestra Josef Albers in Mexico, una bella colección de pinturas y fotografías del artista alemán inspiradas en sus viajes a México. La exposición hizo un homenaje a la estética proto-minimalista y la geometría de la arquitectura mesoamericana. Se trató de un despliegue de belleza que, para los mexicanos, representa un recordatorio de la riqueza e infinitas posibilidades de nuestra cultura visual, un tesoro que todos debemos reconocer y celebrar.
La primera visita de Albers a México al lado de su esposa Anni ocurrió en el invierno de 1935-1936; el artista lo reconoció como “un país para el arte como ninguno otro”. Sería un lugar al que volverían 13 veces más. Estos viajes sembraron en la sensibilidad del alemán un profundo amor por el arte prehispánico y su arquitectura, algo que habría de marcar de manera definitiva su fabulosa pintura abstracta, que hoy es un recordatorio de importancia de las culturas mexicanas ancestrales en la historia del arte universal.
En 1933, cuando los nazis cerraron la legendaria escuela de arte Bauhaus, Albers se mudó a Carolina del Norte para convertirse en maestro en la universidad Black Mountain College. Al lado de su esposa, Albers viajaría a México con frecuencia y recorrería varios de sus centros ceremoniales más importantes: Monte Albán, Teotihuacán, Uxmal, Mitla, Tenayuca y Chicen Itzá, entre muchos otros.
El artista alemán no perdió dichas oportunidades para hacer un estudio de las construcciones monumentales de nuestras culturas prehispánicas y estudiar sus objetos de cerámica y demás expresiones artísticas. Además, estos lugares inspiraron la disciplina fotográfica de Albers, que habría de tomar miles de fotografías de sus viajes a México.
La grandeza geométrica de las pirámides de varias culturas y sus relieves se unieron a la muy especial teoría del color que Albers creó —que tenía una esencia evidentemente nacida en la corriente Bauhaus—, resultando en pinturas vibrantes de color y geometría, como un arte que resulta sobre todo atemporal y profundamente místico. Una de sus series más reconocidas “Homenaje al cuadrado” llenó de color y belleza los curvos pasillos del Guggenheim como un recordatorio del poder y la inspiración que es capaz de dar el grandioso pasado mexicano.