Foto destacada: Sam Meacham / AFP / CINDAQ / INAH
Encontrar la caverna más antigua con evidencia de actividad minera, ha dado pie a nuevas hipótesis sobre la cultura de nuestros ancestros.
Quintana Roo cuenta con algunas de las playas más lindas del mundo, y con la mina de ocre más antigua de América. Fue hallada por arqueólogos subacuáticos del INAH y espeleobuzos del Centro Investigador del Sistema Acuífero de Quintana Roo (CINDAQ) quienes dieron a conocer la evidencia de actividad minera en cenotes y pasajes inundados, con antigüedad de entre 12,000 y 10,000 años atrás.
Este hallazgo fue publicado en la revista Science Advances, y muestra que el ser humano prehistórico ya realizaba la extracción de mineral para actividades culturales complejas en esta particular zona de Quintana Roo.
La Mina (como se denomina al proyecto de investigación) fue hallada en el laberíntico subsuelo de la península de Yucatán, y también se descubrió que la fecha de la mina es bastante similar a la fecha de “Naia”; nombre con el que se conoce al esqueleto de una joven encontrada en 2014, dentro del sitio arqueológico de Hoyo Negro, ubicado en las cercanías de Tulum.
Asimismo, el descubrimiento de “Naia” contribuyó a la comprensión de la ascendencia, la expansión y el desarrollo de estos primeros americanos. Se sabe que los humanos antiguos no solo se arriesgaban ingresando al laberinto de cuevas para buscar agua o huir de los depredadores, sino que también entraron para realizar minería, alterándolas y generando modificaciones culturales al interior.
La localización de seis km de pasajes inundados inexplorados, pasajes de 70 centímetros de diámetro y diversos materiales encontrados, evidenciaron ser resultado de una arcaica intervención humana. Los espeleobuzos Fred Devos y Sam Meacham, explicaron en 2017, que, durante sus primeros recorridos en el sistema subterráneo, notaron la existencia de estalactitas y estalagmitas rotas por la mitad, así como piedras acomodadas en pequeños montículos triangulares, los cuales no habrían podido formarse naturalmente.
Entre los elementos que más llamaron la atención de los exploradores estaban cúmulos de carbón en el suelo, hollín en el techo de la cueva y, principalmente, la presencia de pequeñas cavidades excavadas en ese mismo suelo, dentro de las cuales había restos de un mineral que, luego de su análisis, resultó ser ocre.
El paisaje alterado de la cueva, llevó a pensar a los investigadores, que los seres humanos prehistóricos extrajeron toneladas de ocre de la cueva, quizá, para prender fogatas e iluminar su espacio, como pintura o alguna otra utilidad hasta ahora desconocida.
Hasta el momento, no se han encontrado restos óseos humanos; pero sí se localizaron herramientas rudimentarias de excavación, y cúmulos de piedras vinculados con este primigenio quehacer minero. La abundancia de las oquedades con ocre lleva a los expertos a teorizar que las rocas eran, en sí mismas, las herramientas que se usaban para excavar y romper la piedra.
Cabe destacar, que en muchas comunidades de África el ocre es la pintura corporal inorgánica más usada para crear pigmento rojo. Esto abre la posibilidad de que el mineral tuviera no sólo importancia decorativa sino incluso una carga identitaria, o que se usara para crear manifestaciones artísticas, entre muchas otras hipótesis.
Como es de suponerse, el Proyecto La Mina mantiene reservada su localización por cuestiones de conservación, pero los estudios de laboratorio, las reconstrucciones computarizadas y otras investigaciones con tecnologías de fotogrametría y cámaras submarinas de 360 grados, que han tomado más de 20 mil fotografías durante 600 horas de buceo y casi 100 inmersiones, continúan en marcha. Proyectos como La Mina son auténticas ventanas al conocimiento de nuestro pasado remoto, además que contribuyen a dejar pautas metodológicas para trabajar y estudiar este tipo de contextos.