cruces mortuorias

Ofrendas callejeras: el origen de las cruces mortuorias en senderos peligrosos

En carreteras y caminos desolados; en algunas esquinas, en algunas calles, incluso en algunos cerros de la ciudad. Es ahí donde encontramos una tradición sagrada, que durante años ha persistido como un elogio a los que se han vuelto invisibles después de un accidente: las cruces callejeras. En la capital y sus periferias cada vez se ven menos, han ido difuminándose cual la memoria de un pueblo que olvida, por eso es que cuando nos encontramos con una, resulta realmente cautivador atrevernos a imaginar su historia.

No se tiene un dato específico sobre el origen de su nacimiento, pero se sabe que es un ritual que se hace desde épocas de la colonia, una especie de ofrenda que conmemora la muerte de una persona en el último lugar que pudo mirar antes de su muerte. Y esta ofrenda también es una huella del catolicismo manifestada en un acto de fe.

La cruz es uno de los símbolos más antiguos del hombre. La doctrina cristiana la utilizó desde tiempos primarios para la consagración de lugares o elementos pertenecientes a antiguos cultos paganos y, más tarde, de forma material, la situó en algunos de estos puntos. Ya fuera sobre caminos, puentes o montes, construidas de madera o de piedra, con diferentes formas y características, las cruces fueron apareciendo en las calles como monumentos sagrados.

cruz 1

En México y el resto de Latinoamérica, estas cruces contienen un significado más personal que universal, aunque no por ello son menos interesantes. De hecho, su función de inmortalizar la memoria en un punto fijo nos hace reflexionar sobre la importancia de las tradiciones, que de alguna manera nos enseñan a nunca olvidar el principio o el fin de un tiempo.

Las cruces mortuorias posadas sombre los caminos, se convierten en una especie de ofrenda, un escenario que da lugar a instantes sagrados póstumos, donde las personas llevarán flores, veladoras o incluso placeres materiales que solían gustarle al que pereció en aquél lugar. Así, los vivos se sienten más cerca de aquellos que han perdido su cuerpo y al mismo tiempo conectan con lo más humano del ser, que es la empatía.

Las cruces callejeras también tienen otros significados. Por un lado está el de hacerle saber a los viajeros que se trata de un sendero peligroso, una alerta, quizás, de que la muerte está presente. Por otro lado, estas cruces se han utilizado como altares “santificados” donde la gente va a pedirle al difunto que, como ser espiritual, interceda en la confabulación de una petición a Dios. También funcionan, al igual que un cementerio, para permitir que el difunto descanse en paz y no divague como alma en pena, congelado en un limbo donde no pueda dejar atrás a quienes abandonó inesperadamente.

Todas estas creencias son parte de una difusa mixtura entre la religión católica y las antiguas tradiciones prehispánicas. Los aztecas solían venerar la muerte con rituales funerarios que involucraban la incineración del difunto y con él sus pertenencias más preciadas. Dichas cenizas se enterraban en algún espacio del hogar del fallecido junto a una preciosa ofrenda compuesta de regalos (como hoy en día seguimos haciéndolo cada 1 y 2 de noviembre).

cruz en carretera

Conforme sucedió la conquista, estas ofrendas fueron fusionándose con la semiótica de la religión católica, haciendo todavía más poderosa su influencia a través de la imagen. La cruz, a pesar de ser una de las evidencias más notables de la imposición de creencias, no deja de contener el acto sagrado de darle un significado personal a los símbolos.

Celebrar a través de estas cruces el fin de un camino, inmortalizar la tragedia u homenajear a quienes se han evaporado entre esos senderos es también una forma de recordar que, naturalmente todo muere a su tiempo; parafraseando al escritor Mateo Alemán: quien teme constantemente la llegada de esa muerte no disfrutará la vida. Tal vez la forma más idónea de recordar la muerte como un proceso de transmigración natural (dirían en épocas prehispánicas, al inframundo), sea visitando estos santuarios, que al igual que los cementerios se encuentran permeados de una especie de alma: el alma de una ciudad.

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